Unidad 4 – Conexión con

por | 8 agosto, 2020

Tema 6: Pedro Vicente Maldonado y la ley de la gravitación universal

Página : 124

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Capítulo XII

Contribución ecuatoriana a los estudios científicos

– I –

La ciencia antes de la venida de los Geodésicos

Humboldt, con su experiencia personal y su vasta ilustración, escribió lo siguiente en su Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América: «Cuando se estudian los primeros historiadores de la conquista y se comparan sus obras, sobre todo las de Acosta, de Oviedo y de Barcia, con las investigaciones de los viajeros modernos, sorprende encontrar el germen de las más importantes verdades físicas en los escritores españoles de decimosexto siglo. Ante el aspecto de un nuevo continente aislado en la vasta extensión de los mares, presentábanse a la vez a la activa curiosidad de los primeros viajeros y de aquellos que meditaban sus relatos, la mayoría de las importantes cuestiones que aún hoy día nos preocupan acerca de la unidad de la especie humana y de sus desviaciones de un tipo primitivo; sobre las emigraciones de los pueblos, la filiación de las lenguas, más distintas a veces en las raíces que en las flexiones o formas gramaticales; sobre las emigraciones de las especies vegetales y animales; sobre las causas   —244→   de los vientos alisios y de las corrientes pelásgicas; sobre el decrecimiento del calor en la rápida pendiente de las cordilleras y en las profundidades del océano, acerca de la reacción de unos volcanes sobre otros y de la influencia que ejercen sobre los terremotos. El perfeccionamiento de la geografía y de la astronomía náutica empiezan al mismo tiempo que el de la Historia natural descriptiva y el de la física del globo en general».

Esta observación de Humboldt, que abarca en su visión el descubrimiento y la conquista, tiene algunas comprobaciones realizadas en el territorio del Reino de Quito. El 1.º de marzo de 1535 el padre dominicano fray Tomás de Berlanga descubrió la zona marítima de calmas equinocciales, que le llevaron a las islas de Galápagos, donde, mediante el astrolabio, señaló el grado de latitud en que ellas se encontraban. Luego dirigió la embarcación ruta a la costa de levante hasta atracar en Bahía de Caráquez, cuya situación señaló a medio grado sur de la línea equinoccial.

Acerca del influjo de la línea ecuatorial en el clima fue Cieza de León el primero que consignó una experiencia razonada. «En lo tocante a la línea, escribió, algunos de los cosmógrafos antiguos variaron y erraron en afirmar que por ser cálida no se podía habitar. Y porque esto es claro y manifiesto a todos los que habemos visto la fertilidad de la tierra y abundancia de las cosas para la sustentación de los hombres pertenecientes, y porque desta línea equinoccial se toca en algunas partes desta historia, por tanto daré aquí razón de lo que della tengo entendido de hombres peritos en la cosmografía; lo cual es, que la línea equinoccial es una vara o círculo imaginado por medio del mundo. Dícese equinoccial porque pasando el sol por ella se hace equinoccio, que quiere decir igualdad del día y de la noche. Esto es dos veces en el año que son a once de marzo y trece de setiembre. Y es de saber que (como dicho tengo) fue opinión de algunos autores antiguos que debajo desta línea equinoccial era inhabitable; lo cual creyeron porque, como allí envía el sol sus rayos derechamente a la tierra, habría tan excesivo calor, que no se   —245→   podría habitar. Desta opinión fueron Virgilio y Ovidio y otros singulares varones. Oros tuvieron que alguna parte sería habitada, siguiendo a Ptolomeo que dice: «No conviene que pensemos que la tórrida zona totalmente sea inhabitada». Otros tuvieron que allí no solamente era templada y sin demasiado calor sino templadísima. Y esto afirma San Isidoro en el primero de las Etimologías donde dice que el paraíso, terrenal es en el Oriente, debajo de la línea equinoccial, templadísimo y amenísimo lugar. La experiencia agora nos muestra que no sólo debajo de la Equinoccial, más toda la tórrida zona, que es de un trópico a otro, es habitada, rica y viciosa, por razón de ser todo el año los días y noches casi iguales. De manera que el frescor de la noche tiempla el calor del día, y así contino tiene la tierra sazón para producir y criar los frutos. Esto es lo que de su propia natural tiene, puesto que accidentalmente en algunas partes hace diferencia».100

Cieza de León estuvo de paso en Quito en 1547 y a ese año se refieren las observaciones que hizo sobre la línea equinoccial. Los escritos de Cueza fueron el aporte de un particular a la labor de conjunto que había emprendido ya el Consejo de Indias. Bajo la presidencia de don Juan de Ovando, el Consejo se interesó por obtener datos precisos y de todo género para tener a la vista una visión sintética del Nuevo Mundo. A Ovando le sucedió Juan López de Velasco, quien desde 1571 desempeñaba el cargo de Cosmógrafo y cronista mayor de Indias. Velasco redactó un cuestionario de cincuenta preguntas, que contenían puntos relativos a geografía descriptiva, botánica, zoología y antropología, con el objeto de elaborar, sobre datos ciertos, una grande síntesis del mundo descubierto y conquistado. Dio instrucciones para observar los eclipses de luna en los años 1577 y 78, para verificar la longitud y altura de los pueblos.

De la verificación en Quito de estas observaciones hay una referencia del 27 de marzo de 1585, en que el licenciado Pedro Venegas   —246→   de Cañaveral escribe al Rey lo siguiente: «En cumplimiento de una Cédula de Vuestra Majestad que vino en el pliego del año pasado de 84 se hicieron las diligencias para tomar las alturas y sombras del sol y luna al tiempo del eclipse de la luna que hubo en el mes de noviembre en los países donde se pudieron hacer y se envían los recaudos dellos en este pliego»101.

Más interesantes aún son los datos que contiene la Relación anónima de 1573. Ahí consta la ubicación de Quito junto a la línea ecuatorial. Como efecto de la altura, «el temple de la ciudad es antes frío que caliente». «El cielo es claro y sereno y el sol sale y se pone con mucha alegría y nunca está cubierto de nublados, sino cuando llueve y quiere llover». «Deste octubre hasta marzo es invierno y comúnmente llueve estos meses, excepto quince o veinte días antes de Pascua y otros tantos después, porque comúnmente hace por este tiempo un veranillo de treinta o cuarenta días». «La tierra es sana, los hombres comúnmente viven más que en España».

Luego informa de las enfermedades y medicinas; señala el origen y dirección de los ríos; describe las plantas vernáculas; habla de la aclimatación de mieses y hortalizas y la calidad de los productos; detalla la situación social de los indios y da pormenores de la organización eclesiástica y civil. De las relaciones geográficas de Indias, la de Quito es la más completa para la elaboración de la síntesis que procuraba realizar López de Velasco. Al informe adjuntó el relator un plano de la ciudad de Quito.

Este interés noticioso continuó hasta los comienzos del siglo XVII. En 1604 el Conde de Lemus formuló un interrogatorio más extenso, para poner al día el Libro de las descripciones. Y él mismo puso su nombre en la descripción de la Provincia de Quijos, acompañándola con un mapa, en que consta la línea equinoccial.

En el siglo XVII se atenuó la preocupación por los datos de   —247→   carácter científico. El Consejo de Indias concentró sus energías en la resolución de los problemas de gobierno y administración. Entretanto el interés por los conocimientos científicos se había despertado en Francia e Inglaterra con la fundación de la Academia de Ciencias, cuyo afán de investigación eligió a la Audiencia de Quito como campo de experiencia.

 – II –

La misión geodésica de Francia con Quito

El año de 1734 debe ser considerado como el del descubrimiento de América para la ciencia. Ese año la Academia de Ciencias de París resolvió comprobar la teoría de la redondez de la tierra, que constituía entonces un problema candente. Newton había sostenido que nuestro planeta era un globo achatado a los polos. En virtud de la ley de la gravitación universal, la tierra se ensanchaba en la cintura ecuatorial y al dar la vuelta sobre sí misma fijaba la duración del día y de la noche. Cassini, en cambio, sostenía que el mundo era un esferoide fusiforme, alargado en la dirección de los polos y era esta la teoría corriente en la Academia de Ciencias de París. Voltaire; al margen de la Academia, había traducido al francés los Principia de Newton y, por otra parte, los capitanes de la marina francesa se quejaban de que los mapas trazados por los cartógrafos oficiales no eran exactos, a causa de la teoría de Jacques Cassini, que era el astrónomo del Rey. Para resolver el problema no vio otra solución la Academia que enviar expediciones científicas a Laponia y al Ecuador, encargadas de medir un grado de meridiano. Los resultados, puestos en cotejo con las medidas obtenidas en Francia por Jean Picard, darían una solución exacta al problema de la redondez de la tierra.

¿Por qué la Academia eligió el territorio de la Audiencia de Quito como campo propicio a la labor de la Expedición? Cuestión -era esta que implicaba el monto de gastos necesarios para llevarla   —248→   a cabo y de que dependía no sólo el éxito del fin concreto que se pretendía, sino una serie de experiencias útiles para el progreso de la humanidad. Por otra parte bastaba hacer girar el mapamundi para observar que el África ecuatorial era aún inexplorada, Borneo se hallaba todavía en el misterio y el bajo Amazonas era un tremedal inasequible. Quito, al contrario, estaba junto a la línea ecuatorial, con montes y explanadas que facilitaban la triangulación. Elegido el sitio, no restaba sino conseguir el visto bueno del Rey de España, con la recomendación consiguiente a sus funcionarios de América.

La Condamine ponderaba de este modo las ventajas de la expedición al Ecuador: «Sin insistir en las consecuencias directas y evidentes que pueden colegirse del conocimiento exacto de los diámetros terrestres para perfeccionar la geografía y la astronomía; el diámetro del Ecuador reconocido más que el que atraviesa la tierra de un Polo al otro, proporciona un nuevo argumento, por no decir una nueva demostración de la revolución de la tierra sobre su eje, revolución que implica a todo el sistema celeste. El trabajo de los académicos, tanto en la medición de los grados como en las experiencias perfeccionadas del Péndulo, hechas con tanta precisión en diferentes latitudes, proyecta una nueva luz sobre la teoría de la gravedad que ha comenzado en nuestros días a salir de las tinieblas; enriquece la física general de nuevos problemas, insolubles hasta el presente, sobre las cantidades y direcciones de la gravedad en los diferentes lugares de la tierra. En fin, nos pone en el camino de descubrimientos aún más importantes como el de la naturaleza y leyes verdaderas de la Gravedad Universal, esta fuerza que anima los cuerpos celestes y gobierna todo en el Universo»102.

La finalidad de la expedición, por una parte, y por otra, el sitio elegido para las observaciones, determinaron el número y   —249→   calidad de los miembros que debían componer el grupo expedicionario. Estaba integrado por sujetos especializados, que tenían una misión concreta en el trabajo de conjunto. Eran Pedro Bouguer, astrónomo; Luis Godín, matemático, con su primo Juan Godín des Odanais; el capitán Verguín, de la Marina Real; Juan de Marainville, dibujante; José de Jussieu, botánico; el doctor Juan Senièrgues, médico; M. Hugot, relojero y mecánico; M. Mabillon y el joven Couplet, sobrino de Couplet, tesorero de la Academia.

El 16 de marzo de 1735 se hizo al mar el grupo expedicionario, que venía a cargo de La Condamine, quien había sido preferido a Godín y Bouguer por influjo de Voltaire. El 11 de julio llegó al Fuerte de San Luis y Verguín levantó el plano con los detalles de longitud y latitud. El 16 de noviembre desembarcó en Cartagena, donde se juntaron don Jorge Juan y don Antonio de Ulloa, encargados por el Rey de España de acompañar a los geodésicos franceses. La segunda quincena de diciembre, La Condamine, Godín, Bouguer y Jussieu se ocuparon en Panamá de realizar observaciones astronómicas y físicas, mientras se tramitaba el viaje desde esa ciudad al Ecuador.

El 27 de febrero de 1736 los geodésicos se hicieron a la vela con dirección a su destino: en la noche del 7 al 8 de marzo pasaron por primera vez la línea ecuatorial y el 10 arribaron a Manta, situada a un grado de latitud austral. Sin pérdida de tiempo acordaron que los marinos españoles con Godín y el grupo de franceses continuaron el viaje hasta Guayaquil para dirigirse a Quito; quedándose tan sólo Bouguer y La Condamine para iniciar los trabajos.

Desde el principio se identificaron con su misión de observadores científicos. El clima tropical propicio al paludismo les dio ocasión para experimentar los efectos de un compuesto de quina, cuyo árbol identificaron en el bosque. La Condamine no perdió oportunidad para coleccionar ejemplares de las plantas raras, para someterlas al análisis de Jussieu. Pero su propósito principal era buscar una base para las determinaciones geométricas. De   —250→   esta estadía en Manta aprovecharon para observar el equinoccio por un método nuevo de Bouguer; para fijar, por la observación del eclipse de luna del 26 de marzo, la longitud de la parte de la costa más occidental de la América del Sur; para observar las refracciones astronómicas de la zona tórrida aprovechando la vista del horizonte del mar; para hacer la experiencia del péndulo de segundos al nivel del mar y bajo la línea ecuatorial. Bouguer se ocupó, además, en trazar el mapa de esta costa. En cuanto a La Condamine pasó cinco noches en Palmar hasta conseguir el guiño de las estrellas a través de las nubes. En la roca más saliente dejó la inscripción que sigue: «Observationibus Astronomicis […] hocce promontorium Aequatori subjacere compertum est, 1736».

Un mes íntegro habían gastado en estas labores, que tuvieron por escenario la parte de la costa que va del Cabo de San Lorenzo hasta el Cabo Pasado y el río Jama. El 23 de abril se separaron los dos geodésicos: Bouguer partió por mar a Guayaquil en pos de sus colegas, entretanto que La Condamine resolvió dirigirse a Quito remontando la Cordillera. El sendero antiguo había ya desaparecido sin dejar huella alguna. Con el propósito de completar los datos para la carta geográfica de la región, La Condamine determinó la latitud del cabo de San Francisco y el de Atacames y luego surcó el río Esmeraldas, para trazar el plano de su curso. Con la brújula y el termómetro a la mano, se orientó en el dédalo del bosque, examinando la geografía botánica a medida de que iba ascendiendo la Cordillera. El contraste entre su formación parisiense y el primitivismo de un viaje por la selva americana le permitía notar y anotar mejor las costumbres de los indios y las características etnográficas por la variedad de climas. Tras una larga travesía llena de penalidades llegó por fin a la población de Niguas desde donde avanzó a Nono, no sin antes haber dejado en prenda su cuadrante, para tener con que pagar a los indios conductores y cargueros. Dio por bien empleados sus sacrificios al poder contemplar desde las faldas del Pichincha el   —251→   maravilloso panorama de un valle con cerco de montes en lontananza, surcado por ríos desiguales, matizado por manchas verdes de sembríos y al centro la ciudad de Quito, punto de llegada de tan largo viaje y de partida para las labores de la expedición científica.

No hacen a este caso los detalles que rodearon a los geodésicos en sus relaciones sociales y con las autoridades. Mientras sus compañeras habían sido hospedados en el palacio de la Audiencia, La Condamine fue de incógnito al Colegio de los Jesuitas, hasta recibir su bagaje, en que se hallaba la ropa. Entre tanto se ocupó en ordenar sus papeles para enviar a la Academia de París las primicias de sus observaciones e hizo colocar en la terraza del Colegio un gnomon de 8 a 9 pies de alto y trazó una meridiana, que comenzó a servir para dar las horas a mediodía al paso del sol.

Los Académicos se encontraron juntos en Quito los primeros días de junio de 1736. El presidente don Dionisio de Alcedo y Herrera los había recibido con afecto y distinción. Mientras iban llegando los instrumentos necesarios, procuraron averiguar el sitio conveniente para iniciar sus operaciones. La explanada de Cayambe fue objeto de primer examen por parte de Verguín y de Couplet. En agosto se ocupó Bouguer de verificar las condiciones del suelo para establecer la base, llegando a la conclusión de que el terreno era desigual y surcado por ríos, que defraudaban las esperanzas. Cayambe abrió la tumba de Couplet, el más joven de los geodésicos. Había comenzado a trabajar con el entusiasmo de los años, pero una fiebre maligna le cortó la vida el 19 de setiembre de 1736.

Desechado el sitio de Cayambe, La Condamine, Bouguer y Godín optaron por la explanada de Yaruquí, que lo examinaron juntos el 13 y 14 de setiembre. Convenidos en el puesto de la base, comenzaron las bases de operaciones técnicas. La línea de medida básica estaba comprendida entre Caraburo y Oyambaro, cuyos extremos señalaron con una piedra de molino. Mientras se   —252→   colocaban estacas en forma de obtener una altura horizontal, La Condamine ascendió a un pico del Pichincha, visible a los dos extremos, y puso la señal para las medidas de triangulación. Sin perder oportunidad de observación científica se dividieron unos a Cayambe y otros a Yaruquí para observar el eclipse de la luna, que sucedió el 19 por la tarde, mientras en París acaeció en la mañana del 20. A partir del 28, los geodésicos se repartieron en dos equipos para realizar simultáneamente la medida de la base en sentido contrario y luego cotejar los resultados. La prolija operación se realizó del 3 de octubre al 3 de noviembre. La longitud de la base fue de 6272 toesas. Restaba precisar desde los extremos el ángulo que formaba el sol al levantarse y ponerse, para reconocer la dirección de la base en relación con las regiones del mundo y la de todos los lados de los triángulos siguientes. Parecía que la naturaleza contribuía a dar a los académicos ocasión de observar todos los fenómenos. A su regreso a Quito, sucedió el 5 de diciembre en la madrugada un fuerte temblor, cuyo epicentro se hallaba en las faldas del Iliniza.

El ritmo del trabajo dependía en buena parte de factores extraños. No podía realizárselo sin dinero para gastos de viajes, alimentación y peones y estaba sujeto, sobre todo, a las condiciones metereológicas. Para la medición de la línea base habían aprovechado de setiembre, último mes de verano en la sierra. Tenían que disminuir el compás de labores desde octubre en que comenzaba el invierno. De común acuerdo, se distribuyeron las faenas para el primer semestre de 1637. La Condamine debía viajar a Lima en busca de dinero y aprovechar de la travesía para examinar el terreno con vista a las futuras observaciones; a Godín se le encargó la inspección de la zona occidental de Quito; Bouguer se comprometió a recorrer el territorio comprendido en un grado al Norte y Noreste de Quito y levantar la carta geográfica; Verguín recibió la comisión de examinar en detalle el callejón que va de Quito a Riobamba y señalar los lugares en que se pudiesen colocar las señales para la triangulación. A la vuelta, La   —253→   Condamine se juntó con don Jorge Juan y juntos vinieron practicando observaciones desde Paita. En Loja reclamó un análisis prolijo el árbol de la quina: como tampoco descuidó La Condamine de enviar a la Academia de París algunos objetos arqueológicos del tiempo de los Incas.

Una vez en Quito, los académicos emplearon el mes de julio en la verificación del sector, para determinar la distancia de los trópicos y por consiguiente la oblicuidad de la eclíptica. Bouguer, Godín y La Condamine enviaron por separado a la Academia el resultado de estas observaciones que fue conocido no sólo en París sino también en Londres debido a la traducción que Halley hizo al inglés. La Condamine por su cuenta trazó el plano de Quito, que fue grabado en 1746.

En agosto de 1737 comenzaron los trabajos de triangulación. Bouguer, La Condamine y Ulloa ascendieron a la pista del Pichincha, en tanto que Godín y Jorge Juan subieron a Pambamarca. A la distancia podían divisarse a través de largos lentes, pero el intercambio de observaciones tardaba por lo menos dos días cuando se hallaban buenos postas. Godín trató de hacer experiencia del sonido mediante el estampido de un cañón colocado a larga distancia. La Condamine en cambio, anotó los grados de temperatura con un termómetro Reamur y verificó las experiencias del péndulo a la altura máxima en que se hallaba.

En adelante prosiguió el trabajo de triangulación a lo largo del callejón interandino, que abarcaba el espacio de un grado de latitud al norte de la línea ecuatorial y dos grados al sur. Los geodésicos se volvieron andinistas a la fuerza. Por primera vez los picos de las cordilleras se vieron trajinados por hombres que provistos de aparatos trataban de dialogar de monte a monte y contemplaban de más cerca las estrellas. De este modo Cotacachi e Imbabura, Cayambe y Mojanda, Pichincha y Sincholagua, el Corazón y Rumiñahui, el Iliniza y Cotopaxi, Igualata y Carihuairazo, Chimborazo y los Altares y el cerro de Azuay entraron en la red de triángulos con su altura medida exactamente y el   —254→   cálculo de distancias intermedias. Los nombres toponímicos, incorporados a la geografía de los cronistas españoles, hubieron de sufrir modificaciones de escritura para adaptarse a la fonética del francés y del inglés. Europa estaba pendiente de esta gran aventura científica, que iba a comprobar la redondez de la tierra. La Audiencia de Quito fue la más beneficiada. Sin que le costara nada, contaba con un mapa geográfico, conocía con precisión la altura de sus montes y ciudades, había entrado en el dominio de los países mas estudiados por las ciencias.

Jorge Juan y Don Antonio de Ulloa habían recibido la comisión de examinar la realidad social y administración política de estas regiones. Sus Noticias Secretas revelaron detalles de la situación histórica que vivían nuestros pueblos tan alejados de la Metrópoli. Los mismos incidentes que rodearon a los académicos en el proceso de sus operaciones dieron a conocer mejor el estado en que se encontraba la colonia.

Tres años enteros habían gastado los geodésicos en verificar sus operaciones. En junio de 1739 llegaron a Cuenca, después de haber examinado el castillo de Ingapirca y las minas de mercurio y de rubíes en las cercanías de Azóguez. Su labor se concentró ahora en determinar la base donde debían concluir sus experimentos. La prolijidad que habían tenido en Yaruquí se repitió en Tarqui. Una vez terminadas las medidas geométricas, faltaba verificar la medida astronómica, que consistía en determinar la amplitud del arco cuya longitud acababan de medir con precisión.

A la distancia de más de doscientos años la perspectiva simplifica demasiado los hechos y no puede apreciarse el volumen de las dificultades vencidas. Basta leer el diario de La Condamine pura adivinar el ímprobo trabajo que demandó la observación de una misma estrella desde las dos bases extremas y el cotejo de los resultados. Además en el transcurso de tres años hubo La Condamine de afrontar los penosos pleitos levantados primero por el presidente doctor José de Araujo y Río, luego en Cuenca con ocasión de la muerte de Seniergues y por último el motivado por el   —255→   levantamiento de las pirámides de Caraburo y Oyambaro. Desde el punto de vista de la ciencia, la acción de los académicos había tenido un éxito pleno. A base de cálculos matemáticos, realizados en el Ecuador, se había llegado al conocimiento cierto de que nuestro planeta se ensanchaba en torno a la línea ecuatorial. El desenlace de los actores tuvo un carácter de tragicomedia. Couplet murió en Cayambe, al comienzo mismo de los trabajos. Juan Seniergues, médico de la expedición, fue asesinado en una plaza de toros en Cuenca. Morainville, el dibujante de los geodésicos, murió cayéndose de un andamio al proyectar la iglesia de Cicalpa. El botánico José de Jussieu perdió el juicio al ver deshecha su colección de plantas andinas, que había cuidadosamente recogido durante todo un lustro. Igual suerte de enajenación mental cupo a Mabillon. Luis Godín aceptó el cargo de astrónomo de la Universidad de San Marcos de Lima. Juan Godín des Odonais casó en Quito con Isabel de Grandmaison. Igual cosa hizo también el relojero Hugot. De la comitiva que constaba de diez, regresaron a París, por la vía de Bogotá Cartagena, Pedro Bouguer y el capitán Verguín. En cuanto a La Condamine, el protagonista de la expedición, decidió volver a su patria por el río Amazonas, recorriéndola por el Pongo de Manseriche.

– III –

Contribución ecuatoriana a la misión geodésica

Cuando llegó la misión geodésica a Quito, se hallaba de Presidente de la Audiencia don Dionisio de Alcedo y Herrera. Nacido en Madrid en 1690 vino a la América en 1706 con el virrey del Perú Marqués de Casteldosrius. Detenido en Cartagena pasó a Quito, donde le sorprendió la noticia de que, muerto el Virrey le había sucedido en el cargo el obispo don Diego Ladrón de Guevara, quien le llevó a Lima de Secretario. En 1710 acompañó al prelado a México, de donde fue a la Corte a satisfacer las acusaciones que habían levantado contra el Virrey interino. Su desempeño   —256→   le valió la confianza del Rey, el cual le encomendó varios asuntos, en que puso de manifiesto su capacidad de gobierno. El 28 de marzo de 1728 recibió el nombramiento de Presidente de la Audiencia de Quito, adonde vino por la vía de Cartagena y Popayán. Se hallaba en el último año de este cargo, cuando llegaron los geodésicos a cumplir su misión junto a la línea ecuatorial.

No debió ocultársele el alcance de las operaciones que iban a realizar los académicos. El percance que sufrió al caer en manos de la escuadra Inglesa, comandada por el almirante Wager, le hizo ver la necesidad de reforzar los puertos que defendían las costas de Darién y Panamá. Fruto de esta experiencia fue su Descripción General Geográfico-Hidrográfica y Relación Histórica y Geográfica de la Provincia de Santiago de Veragua, Panamá, con las adyacentes de Portovelo y Natá y las del Darién, etcétera. Como Presidente de la Audiencia de Quito conoció más de cerca el territorio y escribió, primero, el Compendio histórico de la Provincia, partidos, ciudades, astillero, ríos y puerto de Guayaquil en las costas de la Mar del Sur; luego, dejó también escrita su Descripción hidrográfica y geográfica del Distrito de la Real Audiencia de Quito y de las Provincias, Gobiernos y Corregimientos que se comprenden en su jurisdicción. Fuera de estas obras, compuso algunas más acerca de aspectos administrativos.

Quizás este afán de defensa militar contra los corsarios le inspiró sospechas sobre el recorrido que hizo La Condamine por las Costas de Esmeraldas. Pero reconocido el fin científico de la misión, prodigó atenciones a los geodésicos, si bien tuvo la cautela de nombrar a Francisco Egas Venegas de Córdova como asistente, de parte de la Audiencia, a los trabajos que realizaban los académicos.

La ayuda más positiva y eficaz que tuvieron los geodésicos provino de la familia Maldonado Palomino. La unión de estos dos apellidos representaba una ascendencia de nobleza y de holgada economía. El jefe de la familia Pedro Atanasio Maldonado había venido de Arequipa a Riobamba al finalizar el siglo XVII. Su padre   —257→   minero de Potosí, fue caballero de Alcántara y emparentado con don Martín de Arriola, Presidente de la Audiencia de Quito. Muy joven casó en Riobamba con doña María Isidora Palomino y Villavicencio, hija del general don Antonio Palomino, acaudalado vecino de esta ciudad. En el matrimonio tuvieron por hijos a don José Antonio, Ramón Joaquín, Pedro Vicente; Clara, profesa en el Monasterio de la Concepción de Riobamba; Isabel, monja Carmelita de las Descalzas de Latacunga; Teresa Casila, esposa del Capitán Ambrosio de Velasco, hermano del padre Juan de Velasco; Rosa, casada con Juan Esteban de Villavicencio y Torres y Elena, mujer del capitán don José Dávalos y Larraspuro.

De casi todos ellos hace mención La Condamine en su Diario de trabajo de los Académicos, que traducimos a continuación: «Durante todo el tiempo de nuestra permanencia en Quito y en el curso de nuestro trabajo, recibimos toda clase de delicadezas y atenciones de la nobleza criolla de esta Provincia, donde han pasado un buen número de familias nobles de España desde hace dos siglos y poseen grandes tierras y los primeros puestos del país. Muchos se empeñaron en ofrecernos sus casas de campo que se encontraban a nuestro paso, nos visitaron en nuestros acampamentos cercanos a sus tierras, a donde nos enviaban provisiones y refrescos. De este número fueron, en los alrededores de Latacunga, el Marqués de Maenza, y don Ramón Maldonado, después Marqués de Lises, hermano de don Pedro Maldonado, de quien tendremos ocasión de hablar. Recibimos también, al acercarnos a Riobamba, la visita de don José Dávalos, general de Caballería y de don José de Villavicencio, Alférez Real de Riobamba: pasamos en casa de uno y otro tanto en el campo como en la ciudad y las atenciones que nos hicieron fueron parte a hacernos olvidar los malos ratos que soportamos en las montañas.

»Nuestra permanencia en los Elenes, en casa de don José Dávalos, fue de la más halagüeña por sus circunstancias. No habíamos encontrado en Quito más que tres o cuatro jesuitas alemanes o italianos que sabían el francés: nadie hablaba en los Elenes,   —258→   cosa, desde luego, nada extraordinaria: pero lo que llamaba la atención era que todos lo entendían por escrito. El jefe de la familia tenía libros en francés y sin hablar esta lengua lo había enseñado a sus hijos. Fui testigo que su hijo único don Antonio Dávalos, joven de grandes esperanzas, que perdió la vida en un accidente desgraciado, tradujo en dos días al español el prefacio de las Memorias de la Academia de Ciencias de M. de Fontanelle. Don Antonio tenía tres hermanas, de las cuales la segunda era una niña de diez años: puede calcularse nuestra sorpresa al verle traducir a Moréri en cualquiera parte y pronunciar correctamente en español todo lo que leía a primera vista en francés. Esto no era más que el preludio de lo que nos restaba ver en esta casa, donde las artes, poco cultivadas en la Provincia de Quito, parecían haberse aclimatado en esta familia. Hallamos montado un taller y muchas obras delicadas muy bien ejecutadas por las manos de estas niñas. La mayor reunía todos los talentos: tocaba el arpa, el clavicordio, la guitarra, el violín y la flauta traversera, mejor dicho todos los instrumentos que había visto: pintaba en miniatura y al óleo, sin haber tenido jamás un profesor. Vimos entre otros uno de sus cuadros de caballete que representaba la conversión de San Pablo, que contenía una treintena de figuras correctamente dibujadas, para lo cual había aprovechado de los malos colores del país. Con todos estos recursos para agradar al mundo, su única ambición era hacerse Carmelita: para lo cual le retenía únicamente la ternura para con su padre, quien después de larga resistencia dio al fin su consentimiento e hizo su profesión en Quito el 1742».

A esta referencia La Condamine añade: «El proceso de la narración no me ha dado lugar de nombrar a todas las otras personas connotadas, en cuyas casas han permanecido algunos de nosotros en los alrededores de Quito en diversas ocasiones, como en Cangagua en la hacienda de don Fernando Guerrero, antiguo Gobernador de Popayán; en Chantac en la hacienda de sus hermanas; en Iñaquito y Cochasquí, en casa de don Manuel Freire; en   —259→   Cuchicaranqui, en la de don Diego de Navas, antiguo Corregidor de Quito; en Ambato, en casa de doña Luisa Naranjo; en un pueblo cercano a Quito en la propiedad de don Manuel Rubio, Oidor de la Audiencia Real; en Yaruquí y el Quinche, en casa de los curas del lugar».

De esta certificación de La Condamine se colige que personajes representativos de la sociedad ecuatoriana supieron apreciar los trabajos de los geodésicos, no obstante la actitud adversa de algunas autoridades. Pero los más que se señalaron en la ayuda positiva a los académicos fueron los miembros de la familia Maldonado.

Don Ramón Joaquín frecuentó el trato con La Condamine desde que llegó a Quito. En las averiguaciones que se hicieron en torno a las actividades del geodésico francés, declaró que «a corrido con amistad con el susodicho, quien las más noches ha concurrido en casa del testigo, se trataba sólo de materias indiferentes, y regularmente de noticias de Europa, historias, y se pasaban las noches en estas conversaciones y en la lectura de libros franceses»103. En los momentos de penuria económica para los geodésicos, les ofreció junto con sus hermanos, la garantía para obtener el dinero necesaria y aún puso a su disposición la suma de 12000 pesos, hasta que llegaran de Francia las letras de cambio, enviadas por la Academia. Durante la estadía de los científicos en el territorio de la Audiencia, don Ramón Joaquín se comportó con ellos como un amigo consecuente y servicial. Su hermano mayor don José Antonio no fue menos útil a los académicos franceses y españoles. Educado en primeras letras en su nativa Riobamba, había seguido sus estudios superiores en el Colegio de San Luis y Universidad de San Gregorio, hasta graduarse de Maestro el 29 de junio de 1715. Ordenado sacerdote sirvió sucesivamente las parroquias de Baños, Latacunga y Quinche y llegó a ser Canónigo   —260→   de la Catedral de Quito. Aficionado a las ciencias naturales se dio modo de alternar, con su celo pastoral, la preocupación por las observaciones científicas. En Baños benefició las aguas, reduciéndolas a una composición medicinal. Cuando cura del Quinche proveyó a los académicos de la mano de obra y material necesarios al levantamiento de las pirámides. Cuando canónigo se hizo nombrar visitador de los pueblos de la Provincia de Esmeraldas, con el objeto de atender a la vez al mejoramiento espiritual y económico de los negros e indios de esa región. Su padre don Pedro Anastasio, poco antes de fallecer en Quito el 12 de octubre de 1724, le dio instrucciones y poder para otorgar su testamento, como así lo realizó el 12 de enero de 1725. Prácticamente quedó don José Antonio de padre tutelar de sus hermanos, a quienes inspiró el afán por el realce social y la preocupación científica.

El hermano menor Pedro Vicente, nació en Riobamba y fue bautizado el 24 de noviembre de 1704. Después de cursar primera enseñanza en su ciudad natal, se trasladó a Quito, donde se matriculó en Artes en octubre de 1718 y coronó su carrera con el título de bachiller y luego de Maestro, en mayo de 1721, en el Colegio de los Jesuitas. No hay indicio de que hubiera proseguido sus estudios en la Universidad de San Gregorio. Su vocación innata por las ciencias naturales, la cultivó por su propia cuenta. Una escena simbólica definió su carácter en la juventud. Era su padre Alcalde ordinario de la Villa de Riobamba. Como tal autoridad se vio en el caso de librar a la comarca de una cuadrilla organizada de salteadores, comandada por un famoso ladrón llamado Agustín Argüello. El encuentro fue un episodio como de guerra, en que murió el Alférez Real don Juan de Villavicencio, cuñado de los jóvenes Maldonado. Este hecho despertó el arrojo de Pedro Vicente, quien dio batida a los delincuentes hasta librar a su ciudad de la pesadilla de los bandoleros. La probanza anota que este suceso acaeció cuando se restituyó a la villa apenas concluidos sus estudios en el Real Colegio de San Luis.

En 1725 al año de la muerte de su padre y cuando apenas   —261→   cumplía los veintiuno, emprendió un viaje de excursión a Canelos, con recursos propios e indios de las haciendas familiares. El objeto fue examinar las posibilidades de una vía de ingreso a las misiones de Oriente. Llevado de su espíritu de observación fue anotando los pueblos del tránsito, el curso de los ríos tributarios del Pastaza y la orografía de la región, como ensayo cartográfico que perfeccionó más tarde.

Ocupado luego en la administración de sus haciendas y obrajes, se dio cuenta de la necesidad de abrir vías de comunicación para expendio de productos en el interior y en el fomento de comercio con el exterior. Esta idea le hizo compaginar con el viejo proyecto de abrir camino directo de Quito al mar por la zona de Esmeraldas. En esta empresa le secundó su hermano José Antonio, quien viajó a Lima y en julio de 1734 se presentó al virrey Marqués de Castellfuerte para tramitar el asunto. La resolución se remitió al examen de la Audiencia. El presidente don Dionisio de Alcedo, no obstante el informe indeciso del Fiscal, concedió a Pedro Vicente Maldonado la autorización para la apertura del camino y le nombró Teniente de Capitán General de la Provincia de Esmeraldas. De inmediato comenzó el trabajo con cuadrillas de peones de sus propias haciendas y bajo la dirección del joven empresario.

A esta sazón se hizo presente en la costa de Esmeraldas La Condamine y fue el primero que aprovechó de la vereda abierta por Pedro Vicente Maldonado. El encuentro entre los dos fue providencial para la misión geodésica. Maldonado halló en los académicos el ambiente soñado para sus aspiraciones científicas y les proporcionó, en cambio, sus experiencias de excursionista práctico, sus relaciones sociales y su ayuda económica. En adelante La Condamine y Maldonado estrecharon una amistad, que fue más allá de la tumba.

En el proceso de la labor de los académicos, estuvo muchas veces junto a ellos, compartiendo los trabajos y penalidades de la misión. Cuando La Condamine resolvió su regreso a Francia,   —262→   se entrevistó con Maldonado en Ambato y juntos fueron a los Elenes, para, en casa de don José Dávalos, concertar la forma del viaje de los dos a Europa. La Condamine iría por Loja a Jaén de Bracamoros para ver con sus ojos el famoso Pongo de Manseriche y encaminarse desde ahí Marañón abajo. Maldonado seguiría el sendero de Canelos y continuaría el viaje por el Bobonaza hasta su unión con el Pastaza. La reducción de la Laguna sería el lugar del encuentro. Ambos irían provistos de los instrumentos necesarios para las observaciones relativas al trazo de la Carta Geográfica de la región Amazónica. El plan previsto se realizó sin mayor dificultad. No así la continuación del viaje que estuvo repleto de percances. Preferimos aquí ceder la palabra a La Condamine, quien en sus Memorias hizo la crónica de la vida de Maldonado en Europa. «Hecho a la vela en Pará el 3 de diciembre de 1743, en la flota portuguesa, el señor Maldonado llegó, si mal no recuerdo, a Lisboa en febrero de 1744, tan pronto, o más bien antes que yo arribara a Cayena. En ausencia del señor de Chavigni, Embajador de Francia, para quien la había dado carta de recomendación, fue recibido por el señor Beauchamp, encargado de negocios de Francia, el cual le hospedó en su casa. Don Pedro no se detuvo largo tiempo en Lisboa; su deber y sus negocios le llamaban a Madrid. Un español de América, es, de ordinario, mucho tiempo un extranjero en esta corte: sin embargo, el señor Maldonado no tardó en connaturalizarse con el ambiente. Hizo imprimir, según costumbre, una memoria, que contenía el detalle de sus servicios, con la prueba documentada de que había abierto un nuevo puerto en las orillas del río Esmeraldas y practicado, en un terreno cubierto de bosques inaccesibles, un camino muy útil para el comercio de Panamá con la Provincia de Quito, que no tenía hasta entonces otro puerto ni otro desembarcadero que Guayaquil. En una empresa intentada tantas veces y siempre abandonada en el espacio de dos siglos, había sido menester el valor y la constancia del señor Maldonado, para triunfar sobre los   —263→   obstáculos naturales y los que se le habían suscitado. Su mérito, y sus talentos no escaparon a la penetración de los Ministros de Su Majestad Católica y obtuvo para su hermano mayor el título de Marqués de Lises y para sí mismo la confirmación de Gobernador de la Provincia de Esmeraldas, con la sobrevivencia de dos sucesores a su elección, 5000 piastras o sea 25000 libras de renta, asignadas a la Aduana del nuevo puerto, la llave de oro y el título de gentil hombre de Su Majestad, honores y recompensas que no tuvo tiempo de gozar.

»Vino a Francia a fines de 1746; asistió con frecuencia a las Asambleas de la Academia de Ciencias, que le dio el título de correspondiente.

»En 1747 fue a la campaña de Flandes con el señor Duque de Huéscar Embajador de España y acompañó a la persona del Rey en todas sus marchas; vio de cerca la batalla de Lawfeld y el asedio de Bergop-zoom. Qué espectáculos sobre todo para los ojos de un criollo del Perú, recién salido de un país donde los acontecimientos que cambian la faz de Europa dan apenas a un número reducido de lectores de los diarios políticos la misma sensación que nosotros experimentamos al leer en Quinto Curcio la toma de Tiro o la batalla de Arbelles. Las cartas de don Pedro pueden apenas dar una idea de lo que pasaba en su alma y de cuan profundamente se grabó en su imaginación lo que él presenció entonces.

»El mismo año recorrió Holanda y vino a pasar el invierno en París. Faltábale conocer Inglaterra; lo cual se le facilitó por la suspensión de las armas. Conseguido sus pasaportes (agosto de 1748) se trasladó a Londres, que apenas le proporcionó alicientes a su infatigable curiosidad. Hubo de detenerse a la mitad de su carrera por una ardiente fiebre y una afección al pecho, que había descuidado por de pronto, pero de la que no consiguieron librarle ni la fortaleza de su temperamento ni la ciencia del famoso doctor Mead. Murió el 17 de noviembre de 1748, a la edad más o menos de cuarenta años. Su último anhelo había sido intervenir en   —264→   la Asamblea de la Sociedad Real en la que acababa de ser propuesto como miembro. El señor Folkes, Presidente de esta entidad; el señor Watson, célebre químico; el señor Colebrooke, nombrado Cónsul de Inglaterra en Cádiz; el señor Montaudoin, francés, miembros todos de esa ilustre corporación, no cesaron de darle las más delicadas muestras de su aprecio y del interés que tenían por él: este último no le abandonó de día ni de noche mientras duró su enfermedad y recibió su último suspiro. Estos respetables amigos, a pesar de la diferencia de opiniones en materia de religión, le procuraron oportunamente los auxilios espirituales y temporales que habría podido esperar en el seno de su propia familia: todos cuatro sellaron sus cosas y me enviaron, de acuerdo con su voluntad, las llaves y su portafolio. El señor Maldonado había dejado en París dos cajas llenas de dibujos y diseños de máquinas, así como instrumentos de diversas clases que proyectaba llevar a su patria, donde había resuelto introducir la afición por las ciencias y las artes, y nadie como él era más capaz de salir con su proyecto. Su pasión por instruirse abarcaba todos los asuntos y su facilidad de concebir suplía la imposibilidad en que había estado de cultivarlos desde su juventud. Su fisonomía que era atractiva, su carácter suave e insinuante y su delicadeza acababa por conciliarle la benevolencia. Tuvo por amigos en Francia, Holanda e Inglaterra a las personas de mérito que había conocido. La Academia sintió su pérdida y el historiador de la entidad ha creído un deber pagar un tributo a su memoria».

 »He hablado en varias ocasiones de los trabajos geográficos de don Pedro. Después de su muerte acabé de hacer grabar su mapa de la Provincia de Quito, en cuatro fojas, y lo publiqué con su nombre. Presenté, según intención, un ejemplar a la Academia Su Majestad Católica. ha hecho pedir las planchas de que era depositario: recibí la orden de enviarlas al señor Embajador de España, que ha retirado de manos de un compañero de don Pedro, al igual que un cofre que quedó en depósito, lleno de papeles, de memorias manuscritas   —265→   del difunto y de curiosidades de historia natural»104.

Esas planchas, conservadas en el Museo de Marina de Madrid, fueron entregadas últimamente al Gobierno del Ecuador y hoy reposan en la ciudad de Riobamba, patria de Maldonado.

La Condamine refiere que el 24 de mayo de 1742 los geodésicos fueron invitados a un acto público, dedicado a la Academia de Ciencias de París, que se realizó en la Universidad de San Gregorio. El acto consistía en el desarrollo de una tesis teológica preparada por el padre Carlos Arboleda. La dedicatoria, redactada por el padre Pedro Milanesio fue labrada en una placa de plata. El motivo consistía en una Minerva, rodeada de Genios, bajo la figura de niños que jugaban con los atributos de las ciencias matemáticas. El grabado al buril lo realizó un hermano coadjutor con la ayuda de Morainville.

Morainville dejó también en la Compañía algunos lienzos pintados por su pincel.

El mismo La Condamine refiere la suerte de algunos instrumentos usados en las operaciones. «Un Canónigo de Quito, que tenía un gusto muy vivo para las máquinas, adquirió (el cuadrante) en mil quinientas libras a favor de la Academia, que había comprado en novecientas, según el señor Louville. Supe después que, por muerte del Canónigo, había pasado a poder del padre Magnin, jesuita capaz de usarlo bien. Este padre entonces misionero y cura de Borja, de quien había obtenido muchas luces sobre la topografía de Mainas, es ahora profesor de Derecho Canónico en Quito y correspondiente de la Academia de Ciencias. El péndulo del célebre Graham, que Godín había traído de Londres, fue a parar también en buenas manos: pertenece hoy día al padre (Domingo) Terol, Rector del Colegio y de la Universidad de los dominicanos de Quito, digno por su gusto y talento y por   —266→   las obras de relojería, de poseer este tesoro. Consta de este modo que en este país, donde son poco cultivadas las ciencias y las artes, hay un corto número de personas que son las depositarias de este fuego sagrado».

El beneficio que la expedición francesa reportó al país se echó de ver en los informes oficiales de los Presidentes y Obispos inmediatos. En la Descripción de ciudades pueblos y villas que comprende el Obispado de Quito, que hizo en julio de 1755 el Marqués de Selva Alegre, consta en cada población el detalle de su ubicación geográfica con relación a la línea ecuatorial.

– IV –

Pedro Franco Dávila y el Museo de Historia Natural de Madrid

Mientras los geodésicos franceses y españoles realizaban sus operaciones en el Ecuador, un guayaquileño ilustre, establecido en París, organizaba una colección de ejemplares de botánica, zoología y mineralogía, que llegó a ser la base del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid.

Pedro Franco Dávila fue bautizado en Guayaquil el 21 de marzo de 1711, hijo legítimo del capitán don Fernando Franco Dávila, nativo de Utrera y de la guayaquileña doña María Magdalena Ruiz de Eguino. Por asuntos particulares, viajó a Europa y residió en París, donde gastó su legítima de 100000 pesos en formar un museo privado de obras de arte, y objetos relacionados con las ciencias naturales, junto con una biblioteca de obras especializadas.

Su compatriota Abel Romeo Castillo transcribe la siguiente cita, escrita por el padre Agustín Jesús Barreiro, acerca de Pedro Franco Dávila:

Vivía en París por los años 1740-1741 un caballero español oriundo de Guayaquil y cuyo nombre era don Pedro Franco Dávila. Sus aficiones a las Ciencias Naturales le impulsaron a   —267→   formar un Gabinete compuesto no sólo de objetos relacionados con la Geología, Botánica, etc. sino también de bronces, vasos de tierra cocida, medallas, miniaturas, etc.

Veinte y cinco años invirtió Dávila en tan laudable empresa, sin escatimar gastos ni ahorrarse molestias para aumentar más y más sus preciadas colecciones, de las cuales esperaba obtener gran provecho para la ciencia, haciéndolas objeto de interesantes estudios. En 1777 se vio precisado, por achaques de salud, a vender su amado Museo ante las dificultades de llevarlo consigo al Perú, a donde pensaba trasladarse. Con tal motivo se dirigió al Rey de España, don Carlos III proponiéndole la adquisición del mismo y remitiéndole a la vez los tres volúmenes del catálogo correspondiente que acababa de imprimir.

El Monarca ordenó a su Ministro, el Marqués de Grimaldi, pidiese parecer sobre el asunto al reverendo padre Enrique Flores. Con fecha 27 de junio de 1767 se dirigía Grimaldi a éste, por medio de la siguiente carta: «Reverendísimo padre Flores, hay en París un vasallo del Rey, don Pedro Dávila, nacido en Guayaquil, que ha formado un copioso Gabinete cuyo catálogo compone tres tomos. Propone venderlo al Rey, y, antes de contestarle, quiere Su Majestad saber el juicio que forma vuestra Reverendísima de la calidad, circunstancias y valor que tiene». La contestación del padre Flores fue favorable: en la compra veía el principio de la creación en Madrid de un Gabinete de Historia Natural. La adquisición, sin embargo, no se realizó sino el 17 de octubre de 1771, fecha en que el Marqués de Grimaldi suscribió el documento en que se ordenaba el traslado de París a Madrid de la colección de Franco Dávila.

A insinuación del mismo padre Flores se nombró al propio Franco Dávila Director Vitalicio del Museo en proyecto, con el sueldo anual de mil doblones sencillos. En diciembre de 1772 se halló ya en Madrid, a prestar el juramento de rigor como miembro supernumerario de la Academia de Historia, que había sido elegido en gracia de sus méritos científicos.

La instalación se hizo en el edificio comprado a don Francisco   —268→   de Goyeneche, en la calle de Alcalá cerca de la Puerta del Sol. La planta baja se destinó a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en el segundo piso se estableció el Real Gabinete de Historia Natural. Sobre el dintel de la puerta del edificio puede aún hoy leerse la inscripción que mandó grabar don Bernardo de Iriarte, que dice así:

Carolus III RexNaturam et Artem sub uno tectoin publicam utilitatem consociavitAnnus MDCCLXXIV.

La inauguración del Real Gabinete se hizo el 4 de noviembre de 1776, día onomástico del rey Carlos III. El público madrileño pudo ver exhibidos, en magníficas vitrinas, los ejemplares de Historia Natural, que había coleccionado don Pedro Franco Dávila en el transcurso de veinte años. El mérito del ilustre ecuatoriano fue reconocido por los centros culturales de Europa. La Real Sociedad de Londres le nombró Miembro Titular el 6 de junio de 1776. A pedido de los Miembros de la Academia de Berlín, el rey Federico de Prusia le nombró también Académico de esa entidad. A la muerte del creador del Museo, acaecida el 6 de enero de 1786, su sucesor don Nicolás de Vargas sugirió al Marqués de Grimaldi la idea de perpetuar la memoria de don Pedro Franco Dávila, mediante la erección de un busto, realizado sobre el molde de una mascarilla mortuoria, que tuvo el acuerdo de hacer tomar antes de la inhumación del cadáver.

De la colección de Franco Dávila se ha publicado en tres volúmenes, en octavo, el Catálogo sistemático y razonado de las curiosidades de la Naturaleza y de las Artes que componen el Gabinete de don Pedro Franco Dávila, con figuras de madera las principales piezas que aún no han podido ser grabadas, impreso en París en 1767. En la Biblioteca Ecuatoriana Mínima se publicó también con una introducción de Abel Romeo Castillo, la Instrucción hecha por orden del Rey para la recolección de las producciones   —269→   curiosas de la Naturaleza, destinadas al Real Gabinete de Historia Natural de Madrid.

– V –

Contribución ecuatoriana de la obra de Mutis

El resultado de cerca de once años de trabajos de la misión científica lo formularon escuetamente don Jorge Juan y Don Antonio de Ulloa. La amplitud del arco fue de 3º 26′ 52» y el valor de cada grado 56767,788 toesas, o sea 132203 varas de Burgos. Fuera de este resultado, se sumaron series de observaciones sobre eclipses del sol y de la luna, la oblicuidad de la elíptica, la celeridad del sonido, la refracción de la luz, las oscilaciones del péndulo, la altura del barómetro, etc. El nombre de Ecuador, usado por La Condamine, señaló la región en que se habían realizado las operaciones matemáticas y los experimentos físicos.

La botánica de la zona ecuatorial había sido también objeto de estudio por parte de Jussieu. Por desgracia, la pérdida de la colección realizada con tanta prolijidad, privó a la ciencia de uno de los aportes más valiosos de la misión geodésica. La colección de Franco Dávila instalada en Madrid, fue, sin embargo, un aliciente de inquietud investigadora por parte de España, a la cual Linneo había calificado de bárbara en la botánica. La reivindicación del buen nombre para su patria tomó a su cargo el gaditano don José Celestino Mutis. Nacido en Cádiz el 6 de abril de 1732, cursó sus estudios en su ciudad natal y luego en la Universidad de Sevilla. En Madrid se graduó de médico. Inclinado por vocación al estudio de las ciencias naturales, recibió de Jorge Juan y de Godín la orientación en astronomía, física, botánica y medicina. En 1760 pasó a la América, como médico de Cámara del Virrey Messía de la Cerda. Apenas desembarcado en Cartagena se dio cuenta de que se hallaba en una tierra virgen, rica en producciones naturales. Con el fervor de Tournefort hizo talar un bosque y formó un herbario selecto. El primer fruto de su labor   —270→   fue una colección de ejemplares de la zona tórrida, que acompañados de descripciones y diseños envió al joven Linneo, el cual concibió el suplemento al Genera Plantarum de su ilustre padre, imponiendo el nombre de Mutis a una de las plantas. De este modo el joven sabio gaditano se abrió el camino a la nombradía, cubierto de honor con el nombramiento de socio de la Academia de Estocolmo.

Cuando Carlos III proyectó enviar expediciones científicas al Perú, México, La Habana, Filipinas y Santa Fe, no tuvo sino que aprovechar la presencia de Mutis en la Nueva Granada para nombrarle Jefe de la expedición botánica, mediante cédula del 14 de noviembre de 1783. Mutis, para cumplir mejor su cometido, organizó un Instituto del que formaron parte muchos de sus discípulos, como Caldas, Zea, Valenzuela, Sinforoso Mutis, Landete, Salvador Rizo y el religioso Salvador García, con algunos otros, en el número de 18. El centro primero de operaciones fue la ciudad de Mariquita. Ahí se dispusieron expediciones por las partes, encargadas de coleccionar herbolarios y de acopiar semillas, maderas, resinas y plantas vivas, para ponerlas a la vista de diseñadores europeos y quiteños.

Las fatigas inherentes a tan penoso trabajo afectaron la salud del Director, en forma de obligarle al cambio de lugar y clima. Notificado del caso, el rey Carlos III ordenó al Virrey de Santa Fe el traslado de la Expedición a Bogotá: «La vida de Mutis es preciosa, decía el Monarca, en ello se interesa el progreso de las ciencias y el honor de mi nación». El traslado de la Expedición a la capital del Virreinato se verificó en 1790. Con ayuda del Virrey el Instituto Científico de Mutis se convirtió en el primero de la América Latina, por su copiosa biblioteca, la sala de instrumentos y el taller del trabajo pictórico. De la primera dijo Humboldt admirado: «La biblioteca del Presidente de la Sociedad Real de Londres es la más interesante y copiosa colección de que puede gloriarse el Antiguo Continente; pero debe ceder sin disputa a la de Mutis». «La sala de instrumentos, dijo, a su vez, Caldas   —271→   no cede a la biblioteca. Se cree el curioso que la visita transportado al Observatorio de París o de Greeenvich: tanto es el aparato, tanta la variedad de máquinas científicas! Telescopios, péndulos, cronómetros, sextantes, cuartos de círculos, barómetros, teodolitos, hidrómetros, neumáticos, eléctricas, microscópicos, y cuanto las artes han producido de interesantes, se hallan en este depósito soberbio».

Mutis había planificado la obra gigantesca de la Flora de Bogotá o de Nueva Granada, en trece volúmenes en folio. Para ello precisaba un equipo de pintores, que dibujaron las láminas y las policromaran de acuerdo con los ejemplares originales. El primer pintor de la Expedición fue Antonio García, colombiano de nacimiento, baja cuya dirección comenzaron a trabajar dos pintores enviados de España, José Calzado, natural de Málaga y Sebastián Méndez, nativo de Lima. Poco hicieron estos pintores a servicio de la Flora: García se retiró por enfermedad en 1784, Calzado murió en Bogotá en la noche del nueve al diez de marzo de 1789, Méndez dibujó doce láminas muy malas. Mutis, por consiguiente se vio en el caso de recurrir a Quito por la fama de haber ahí buenos pintores. La carta del Arzobispo Virrey al Presidente de la Audiencia data del 11 de agosto de 1786. El Marqués de Selva Alegre, en cumplimiento de su comisión, acudió a los maestros José Cortés de Alcocer y Bernardo Rodríguez, a fin de conseguir entre sus discípulos, candidatos para trabajar a órdenes de Mutis. El resultado fue que se comprometieron Antonio y Nicolás Cortés, que habían practicado la pintura en el taller de su padre, y Vicente Sánchez, Antonio Barrionuevo y Antonio Silva, discípulos de Rodríguez.

A principios de 1787 salió de Quito el grupo de pintores, en compañía de don Juan Pío Montúfar, hijo del Marqués de Selva Alegre. Después de detenerse unos días en Popayán, se dirigieron a Mariquita y comenzaron sus tareas en abril. Los pintores quiteños trabajaban, bajo la dirección de Salvador Rizo, que hacía de tesorero. El salario era en proporción a la labor. Cortés, el mayor, ganaba dos pesos diarios; Silva, catorce reales; Sánchez y Barrionuevo, doce; Cortés, el menor,   —272→   diez. «Trabajaban nueve horas al día, guardando profundo silencio en la oficina, donde, en lugar respectivo, cada uno se ocupaba en dibujar sobre el papel, ya solamente con lápiz, ya con colores, la planta que tenía delante. El jornal de los pagaba cada semana, deduciendo lo que cada cual había perdido por sus faltas, no justificadas, a juicio del director»105.

Cuando la Expedición se trasladó a Bogotá en 1790, Mutis, satisfecho de la labor de los pintores quiteños, pidió a Quito un nuevo contingente de operarios. Efectivamente se sumaron a los anteriores Francisco Villarroel, Francisco Javier Cortés, Mariano Hinojosa, Manuel Ruales, José Martínez, José Xironsa, Félix Tello y José Joaquín Pérez.

La experiencia de los primeros sirvió de escuela a los de este nuevo grupo. Todos, observa Humboldt, «hacían los dibujos de la Flora de Bogotá en papel de Gran Aigle y se escogían al efecto las ramas más cargadas de flores. El análisis o anatomía de las partes de la fructificación se ponía al pie de la lámina. Parte de los colores procedía de materias colorantes indígenas desconocidas en Europa. Jamás se ha hecho colección alguna de dibujos más lujosa, y aun pudiera decirse que ni en más grande escala».

A la muerte de Mutis, acaecida en Bogotá el 11 de setiembre de 1808, las láminas, junto con los manuscritos, fueron trasladadas a Madrid y depositadas en el Jardín Botánico. En 1911, el Director del Jardín Botánico, A. Federico Gredilla, escribió lo siguiente: «El número de dibujos asciende a 6849 en el inventario antiguo, y en este sólo se llega a 6717. De los 132 que restan, 122 corresponden al segundo ejemplar de Quinología de Mutis, que La Gasca perdió en Sevilla, según consta de documentos adjuntos al antiguo inventario. Los otros diez corresponden, o bien a dibujos que se han contado como únicos y ocupando dos hojas pueden haberse contado como dos en tiempos anteriores, o bien a equivocaciones antiguas o modernas al hacer el recuento.- Jardín Botánico de Madrid 29 de setiembre de 1869».

El mérito de los pintores quiteños en la Flora de Bogotá pudieron apreciar sus conterráneos, al escuchar el elogio que de ellos hizo Caldas en un discurso que pronunció en Quito en junio de 1803. Dijo entonces el discípulo de Mutis: «El grabador Smith ha obtenido el imperio del diseño hasta nuestros días. Yo vi balancear sobre su cabeza la corona que todos los sabios de concierto habían decretado al artista británico, cuando puse mis pies sobre los umbrales de la sala en que trabajan los pintores. Las expresiones me faltan, señores, para referiros lo que mis ojos han visto. La naturaleza con todas sus gracias, colores y matices se ve sobre el papel. Humboldt, tocado de este grado de perfección no superado, asegura que el pincel ha inutilizado las descripciones, y que si llegase el caso de perderse los manuscritos, podría Jussieu, u otro profesor hábil, describir la planta con tanta perfección como si la viese viva. ¡Cuánta parte tiene en esta gloria Quito! Los mejores pintores han nacido en este suelo afortunado. La familia de Cortés está inmortalizada en la Flora de Bogotá. ¿Quién creyera, señores, que el pincel quiteño se había de elevar hasta ser émulo de Smith y de Carmona? ¡Cuánto valen el talento y la educación, unida al premio y al honor! Los hijos de Cortés, Matiz, Sepúlveda, no habrían salido en Quito de la clase de pintores comunes; pero al lado del sabio Mutis, en quien hallaron un tiempo padre celoso de la pureza de sus costumbres, un director de su genio, y admirador de sus talentos, desarrollaron sus ideas y han hecho ver al universo que el quiteño con educación es capaz de las mayores empresas. ¡Ah! si el ilustre Mecenas como pensaba ahora diez años visitar este suelo, lo hubiera verificado, estoy seguro que Cortés, los Samaniegos, Rodríguez, habrían representado en el Nuevo Continente a Mengs, Lebrount y el Ticiano»106.

  —274→  

– VI –

Caldas y Humboldt en el Ecuador

El discípulo más distinguido de Mutis, Francisco José de Caldas, vino a Quito en agosto de 1801. Antes de emprender el viaje había tenido noticia de la llegada de Humboldt a Bogotá. No obstante el deseo de tratar con el sabio alemán en Santafé, hubo de antelar su venida a Quito, por un pleito de familia cuya resolución había sido remitida en apelación a la Audiencia de Quito. Aquí, el 21 de noviembre, presentó un oficio, solicitando licencia para firmar sus escritos de defensa, sin valerse de abogado y presentando un expediente que acreditaba los estudios de Derecho, realizados por él en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.

El trato con Mutis había suscitado en él la preocupación por las ciencias de la naturaleza, cuyo estudio casi absorbente menoscabó su salud, hasta influir en su carácter. Para conocerle en su intimidad y sus actividades hay que servirse de la serie de cartas confidenciales, que escribió a Mutis y a sus amigos. En su epístola de mayo de 1901 a don Santiago Arroyo le revela el descubrimiento de un nuevo método para medir las alturas y el influjo de la temperatura sobre el agua en ebullición. Ruega que guarde secreto sobre el hecho en vista de aproximarse la llegada de Humboldt y Bonpland, cuyo arribo «espera con impaciencia, no para contribuir con nada a este sabio, sino para aprovecharse de sus luces».

Los intereses de economía personal son secundarios en la mente de Caldas. Sus propósitos los describe líricamente a su mismo amigo Arroyo. «La geografía, escribe, la astronomía, la botánica, zoología, ornitología, mineralogía, química, meteoros, agricultura, pintura, música, escultura, grabado, artes, comercio, política, rentas, estudios, elocuencia, lengua, medicina, educación, carácter, usos, vestidos, casas, muebles, milicia, tribunales, monumentos, antiguos, todo cuanto quepa en nuestros cortos conocimientos, todo cuanto se ofrezca a nuestros ojos, va a observarse;   —275→   volúmenes inmensos verá usted dentro de pocos años, porque es necesario digerir el inmenso material que preparamos y que acopiamos en nuestro viaje. ¡Ah si pudiera ser usted uno de los viajeros al Ecuador! Voy, mi amigo, a ver uno de los países más célebres del reino: estos lugares honrados con la presencia de los mejores astrónomos del siglo XVIII de los héroes de la astronomía». Tales eran las ideas que bullían en la imaginación de Caldas al venir a Quito.

Entretanto, Humboldt, acompañado de Bonpland, después de visitar a Mutis en Bogotá, se dirigía por Popayán a Quito. Los dos viajeros europeos encarnaban, cada uno a su modo, el espíritu del científico de la época. Humboldt, formado en un ambiente familiar y social aristocrático, se había desde niño impuesto el ideal de ser un conquistador por el talento. Con vista de este destino se le confió la primera formación al venerable profesor Kunth. A los dieciocho anos frecuentó la Universidad de Francfort y a los veinte la de Gatinga, centro del saber en las ciencias físicas. Completó su anhelo de formación científica en Friburgo con las clases del profesor Werner, especialista en geología. La dedicación a las ciencias no le impidió compartir la amistad con los jóvenes más famosos de Alemania: Stein, los condes von Hagin y sobre todo Forster, que había acompañado a su padre en el segundo viaje del capitán Cook alrededor del mundo. De Forster concibió la idea de realizar también él, pero con inquietud científica, un viaje en contorno del planeta. En Friburgo conoció al mexicano Andrés del Río que le ponderó las riquezas de la América.

La muerte de la baronesa von Humboldt en 1796 determinó el comienzo de realización de los sueños de Alejandro. Fue, desde luego, a Jena para estudiar astronomía, donde visitó a Goethe y Schiller, y pasó a Dresde con el fin de ejercitarse, bajo la dirección de Köner, en el uso de los instrumentos astronómicos y meterológicos. Así, ampliamente preparado, se dispuso para venir a la América.  —276→   

Su compañero Aimé Bonpland era médico desde los veinte años. En la Sorbona había tratado a Jussieu, que le habló de la Flora Ecuatoriana. Luego con Lamarck y Desfontaines cultivó sus aficiones a la botánica y, en general, a las ciencias naturales. Estaba dispuesto para realizar una expedición al Nilo, con el capitán Baudín, cuando se encontró con Humboldt. Desde el primer instante se compenetraron sus almas para formar el binomio, que debía reconquistar la América para la ciencia. La economía de la expedición estaría a cargo de Humboldt: el aporte de cada uno completaría el plan de labor conjunta.

Los dos llegaron a Cuba con el propósito de realizar una gira alrededor del mundo con el capitán Baudín. Frustrado este plan, cambiaron este ideal con una empresa que benefició a Venezuela, Colombia y Ecuador. El examen de la cordillera de los Andes daría a la ciencia un aporte de experiencias nuevas, para integrarlas al Cosmos, síntesis de la visión universal de Humboldt. No era ya la medición de un arco del meridiano para comprobar la redondez de la tierra. Al sabio ademán le inquietaba ahora la observación de la estructura geológica, de los fenómenos vulcanológicos, de las leyes físico-climatológicas, sin olvidar la riqueza de la flora. En vez de abreviar el viaje a Quito por la travesía de Panamá a Guayaquil, prefirió la ruta por tierra de Cartagena a Bogotá para conocer a Mutis, el gran discípulo y alumno de Linneo. Comprobó la merecida fama de que gozaba ya el sabio gaditano, de quien recibió un obsequio de 100 láminas de las mejores de su flora, que remitió al Instituto de Ciencias de París. Pudieron Humboldt y Bonpland apreciar el mérito de los pintores quiteños en la obra de la Flora de Bogotá, dirigida por Mutis. A este sabio dedicaron el libro de Plantas Equinocciales que publicaron más tarde. Además, Humboldt le dedicó su Geografía de las plantas, en que llamaba a Mutis ilustre patriarca de los botánicos.

Después de dos meses de permanencia en Bogotá, Humboldt y Bonpland se dirigieron a Quito, atravesando las fragosas montañas de Quindío y luego los anchos valles de Popayán y Pasto.  —277→   

Caldas, que anhelaba la llegada de los sabios europeos, escribió entusiasmado a su amigo Arroyo, en diciembre de 1801: «El Barón de Humboldt está muy cerca de nosotros: salió de Popayán el 27 de noviembre y yo me hallo afanado con el viaje a Ibarra. Quiero tratar a solas, y libre de tropel de aduladores, a este hombre grande; quiero manifestarle mis observaciones en todo género y recibir sabias lecciones sobre ellas. ¡Qué esperanzas tan fundadas tengo de formarme astrónomo!». Días después relata las impresiones de su primer encuentro. «¡Qué ingrato sería yo si no le comunicara cuánto me ha pasado y cuánto me ha enseñado el Barón de Humboldt, este joven prusiano, superior a cuantos elogios se puedan hacer! Me transporté a Ibarra, como le anuncié a usted, por antelar el momento de conocerlo; salí algún trecho de aquí, y le hallé el 31 de diciembre de 1801, a las once del día. ¡Qué momento tan feliz para un amante de la ciencia! Yo fui el primero que me le presenté y sin detenerse un instante me comenzó a tratar con una franqueza y liberalidad sin igual. ¡Qué noticias tan exactas trae de mí y de mis cosas!».

Humboldt, al llegar a Quito, se alojó en casa de don Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre. La impresión que le causó el ambiente familiar puede colegirse de las frases que escribió a su hermano Guillermo. «El Marqués de Selva Alegre, dice, ha tenido la bondad de instalarnos en una casa excelente, donde después de las fatigas soportadas en nuestro viaje, encontramos todas las comodidades que sólo en París o Londres se podrían exigir». A la verdad, el ascendiente social del Marqués rodeó al ilustre huésped no sólo de toda clase de atractivos, sino que su holgura económica facilitó los medios para las excursiones y experimentos del sabio alemán. Además, el Marqués era amigo de Mutis, a quién había proporcionado los pintores quiteños de la Flora de Bogotá, motivo éste que le unía en afecto común con Humboldt y con Caldas. La formación aristocrática del Barón le hacía compaginar espontáneamente con los compromisos sociales, sin menoscabo de la seriedad investigadora: actitud que no   —278→   podía comprender Caldas, tanto más cuanto que Humboldt demostró sus preferencias por el joven Carlos Montúfar, en quién veía una esperanza promisoria para la causa de la ciencia. El hecho es que Caldas sintió amortiguarse su entusiasmo por el sabio prusiano, sobre todo cuando este declinó la compañía del severo payanés en su viaje a Lima, México y Europa, prefiriendo la del hijo del Marqués.

Este contraste de nacimiento y formación explica la diferencia de impresiones que sintieron Humboldt y Caldas sobre la sociedad y cosas del Ecuador. Fray Vicente Solano, que defendió a Cuenca de las inculpaciones de Caldas, escribió con razón:

Decía Fontenelle, hablando de Leibniz, que era un hombre que llevaba adelante todas las ciencias. Se puede aplicar este dicho a Humboldt, con mucha razón. […] Humboldt a los veinte y ocho años de edad era un sabio completo. […] Las ciencias le deben mucho, y principalmente su viaje a América le trasmitirá a la posteridad. […] Particularmente la botánica fue enriquecida por él, de suerte que hizo conocer a Europa más de cinco mil especies y géneros, incógnitos antes de su viaje. […] Si como sabio es apreciable, lo es también como viajero. […] ¡Con qué moderación no habla de los usos y costumbres de los americanos! Muy diferente en esto de otros viajeros. […] En Humboldt todo se reduce a la ciencia. […] Los americanos jamás deben olvidarse de Humboldt: los escritos de este sabio les han hecho conocer el país en que viven.

Humboldt había escuchado al profesor Werner explicar la teoría neptunista, según la cual el origen y causa de todas las formaciones geológicas se atribuían a la acción de las aguas. En los Andes ecuatorianos pudo observar de cerca las hileras paralelas de volcanes, cuya disposición geográfica no depende de la configuración superficial del globo, sino de condiciones que siguen a mayor profundidad. Adelantándose a la teoría vulcano-mecánica de los volcanes, escribió: «Los problemas que, por largo tiempo, parecieron enigmáticos a Geognosto en su tierra nórdica, encuentran   —279→   su solución en las regiones ecuatoriales. Aunque las zonas lejanas no nos comprueban la existencia de nuevas variedades petrográficas, nos enseñan empero su universalidad y las grandiosas leyes, idénticas en todas partes del mundo, según las cuales los materiales pétreos de la corteza terrestre se sostienen mutuamente, se rompen e intercalan y se levantan impulsados por fuerzas elásticas». «Según esta teoría, comenta el doctor Sauer, los volcanes deben haberse levantado en las regiones donde la corteza terrestre cavernosa está minada por fuegos subterráneos». La «fuerza elástica de los gases ardientes habría empujado la corteza pétrea hacia arriba formando protuberancias cupulares o campaniformes. O el doma volcánico hubiera quedado en su forma original como cúpula de traquita sin cráter, o, por hundimiento ruptural de la parte superior de la cúpula, habría resultado un cráter, constituyendo así una comunicación permanente con el interior del globo, la que sirvió de conductor para el derrame de las lavas líquidas».

A principios de abril de 1802, Humboldt acompañado de Bonpland y Montúfar, ascendió al Antisana hasta la zona de las nieves. Recorrió el Antisanilla, cerca de Pinantura, y formuló la opinión de que se trataba de una corriente de lava, que se había derramado a partir del zócalo del volcán.

El 14 de abril hizo su primera ascensión al Pichincha, seguido de numeroso séquito. La falta de un guía perito no le permitió sino orientarse sobre la topografía y la situación de los diversos picachos del macizo volcánico.

A principios de mayo se dirigió a la hacienda del Marqués de Maenza, con el propósito de ascender al Cotopaxi. Desde la hacienda de La Ciénaga, «se ve, escribe, al mismo tiempo y en su proximidad estremecedora, el colosal volcán Cotopaxi, los picos titánicos de los Illinizas y el nevado Quilindaña. Es una de las vistas más majestuosas e imponentes que me han ocurrido en ambos hemisferios». Con Bonpland subió a las faldas occidentales del Cotopaxi. La estructura de su cono no correspondía a la   —280→   teoría del levantamiento mecánico. Desde el principio la lava derramada ha construido el edificio del cono, sobreponiendo las capas de masa lávica, en alternación con capas de ceniza y arena, expulsadas por las erupciones explosivas.

De vuelta a Quito, organizó su segunda ascensión al Pichincha, el 26 de mayo, guiado por Javier de Azcázubi, conocedor de los picachos por sus excursiones de cacería. Esta vez le fue dado observar el fondo del cráter con su aspecto caótico. De vuelta a la ciudad, en la tarde del 27 se sintieron en Quito unas vehementes sacudidas, que hicieron pensar en una erupción del Pichincha. Humboldt no quiso perder la ocasión de observar de cerca el escenario del fenómeno. De inmediato resolvió una nueva excursión, en compañía de Bonpland, Caldas y Montúfar. A las cuatro de la mañana del 28 salieron apresuradamente de Quito y a mediodía estuvieron a los bordes del cráter. Luces azuladas se entrecruzaban en el espacio, causadas por la deflagración del azufre. Se experimentaron al mismo tiempo temblores vehementes, sin ruidos subterráneos. Después de cada sacudida aumentaba el olor de ácido sulfúrico. A principios de junio dejó Humboldt la hospitalaria mansión del Marqués de Selva Alegre y con Bonpland y Carlos Montúfar se dirigió a Riobamba, con el objeto de ascender al Chimborazo. El 22 de junio comenzó la empresa. Después de pernoctar en Calpi salieron en la madrugada del 27, a reconocer las cuchillas exentas de nieve, que habían podido divisar con el telescopio. En el proceso de ascensión se detuvieron a 4815 metros de altura, que pudieron precisar por la presión barométrica y los demás instrumentos de medición. Comprobaron luego que la altitud en que comienzan las nieves perpetuas era de 4815 metros, continuando la ascensión llegaron a la altura de 5610 metros. Humboldt dedujo, de este modo, los efectos que la ascensión produce sobre el viajero. «Es una característica propia de todas las excursiones por las cadenas de los Andes que encima del límite de las nieves perpetuas los hombres blancos se encuentran en las situaciones más arriesgadas, sin guía siempre y aún sin conocimientos   —281→   del lugar. Allí está uno siempre en el primer puesto». En cuanto a la estructura, «el Chimborazo recuerda las protuberaciones de la corteza terrestre exentas de cráteres que comunican el interior del globo con la atmósfera, protuberancias que fueron agolladas por la fuerza elástica de los ardientes gases subterráneos».

Humboldt midió también las alturas del Tungurahua, Carihuairazo y los Altares. Luego siguió su viaje al sur para examinar las plantas de la quina en Loja y el curso superior del Amazonas y avanzar a Lima con el fin de observar el pase de Mercurio por el disco solar, que debía realizarse el 9 de noviembre de 1802. El servicio de Humboldt al Ecuador fue de más trascendencia en la propaganda científica. Aparte de los problemas vulcanológicos y mineralógicos dio a conocer los fenómenos relacionados con la influencia de las diferentes altitudes en la vegetación y en las condiciones físicas de la atmósfera, además de su acción fisiológica sobre el hombre. Ilustrados por dibujos y croquis, aparecen en los Aspectos Pintorescos de las Cordilleras y en sus Diarios, nuestros volcanes, los castillos incaicos del Callo e Ingapirca, sobresaliendo los ejemplares de botánica equinoccial, que estudió de consuno con Bonpland.

De Quito conservó y expresó el mejor recuerdo. Apreció la riqueza de su arte y sus bibliotecas y ponderó la belleza de su paisaje. En sentir de Humboldt, «la provincia de Quito es una de las regiones más admirables, preciosas y pintorescas del mundo». Mientras Caldas trataba con Humboldt y Bonpland, escribió una Memoria sobre el origen del sistema de medir las montañas y sobre el proyecto de una expedición científica. En ella certifica, refiriéndose a la Botánica, que «nada iguala a las diversas formas y a las plantas caprichosas de la parte alta de Quito». Bonpland, en un viaje rápido al Antinsana, halló más de cincuenta plantas, entre ellas géneros nuevos. Caldas proyectaba recorrer despacio la zona de Quito para descubrir nuevas especies. De Bonpland había aprendido el método: «Toda planta que se presenta   —282→   se clasifica, se describe y se esqueleta. Su determinación se reserva para cuando haya libros y sosiego». Sin ser un especialista confiaba en su habilidad para el dibujo y requería de Mutis papel apropiado para desecar. Los hallazgos irían a enriquecer la Flora de Bogotá.

Más optimista se manifestaba Caldas sobre su descubrimiento de medir las alturas mediante el termómetro y el barómetro, en relación con la presión atmosférica. La conversación con Humboldt sobre el asunto le llevó a examinar los resultados a que había llegado Sucio. Este no había pensado en el agua hirviendo. Lo cual le lisonjeaba de ser autor de un pequeño descubrimiento.

Luego confesó paladinamente las ventajas que había conseguido del trato con Humboldt. «La astronomía, dijo, ha hecho mis delicias y he adquirido en estos ramos algunos conocimientos. Ya no creía que obraba con tanto acierto hasta la llegada del Barón. He confrontado mis observaciones, he manifestado mis pobres y miserables instrumentos y han agradado a este viajero. Ellas antes de conocerme, le arrancaron un elogio, que el amor propio más desordenado, quedaría satisfecho. Es preciso confesar en honor de este sabio y de la verdad que me ha dado luces inmensas en la astronomía, me ha perfeccionado en el uso del optante, me ha dado un rico catálogo de quinientas sesenta estrellas, la fórmula para el cálculo de las declinaciones, tablas de refracción a diferentes elevaciones sobre el mar, los métodos de La Borda para las distancias de la luna al sol, mil pequeñas prácticas para la perfección de las observaciones; todo esto y mucho más debo a este prusiano: sería un ingrato si no lo confesara abiertamente. Me ha puesto en estado de manejarme por mí solo y de hacer algo de provecho».

Confiado en esta suficiencia personal exponía a Mutis el proyecto de hacer un viaje de estudio a México, la Habana, Santo Domingo, Jamaica, Puerto Rico y Cartagena. Más explícito se manifestó en su Memoria sobre el plan de un viaje proyectado de Quito a la América Septentrional, presentada al célebre Director   —283→   de la Expedición Botánica de la Nueva Granada, don José Celestino Mutis. Detallaba el plan de trabajo, que era observar los monumentos, trazar la carta topográfica, dibujar planos y vistas, diseñar ejemplares de botánica y zoología, coleccionar muestras de mineralogía y hacer observaciones astronómicas y barométricas, sin descuidar la agricultura y las manifestaciones de artes y oficios.

No pudo realizarse este proyecto de Caldas. Sin salir del Ecuador redujo a su territorio el escenario de sus observaciones. En abril de 1803 escribió su Memoria de la nivelación de las plantas que se cultivan en la vecindad del Ecuador. Pretendió elevar a categoría de ciencia el resultado de sus observaciones, cuya ventaja y utilidad aprovecharían los agricultores, con trascendencia a la economía nacional.

Entre julio y agosto de ese mismo año hizo el recorrido de Quito a las costas del Pacífico, por Malbucho, a instancias de Carondelet. Era una nueva tentativa de la vieja idea de hallar una salida breve de Quito al mar Pacífico.

En mayo de 1804 realizó un viaje de observaciones de Quito a Cuenca y luego a Loja, llevando un diario en que consignó todos sus experimentos de carácter científico, ratificando y a veces rectificando algunas de las observaciones de viajeros anteriores. Como fruto de este viaje escribió la Memoria sobre el estado de las quinas en general y en particular sobre la de Loja.

– VII –

Mejía y el padre Solano

En junio de 1803, Caldas pronunció un discurso en el Colegio Seminario de San Luis, en que celebró a Mejía Lequerica por haber introducido en el plan de estudios la Botánica. «Sólo a Quito, dijo, pertenece el honor de haberla puesto en manos de su ilustre juventud y hecho de ella un ramo de la educación pública. Todos los pueblos de la Nueva Granada oirán con asombro esta   —284→   feliz revolución, este noble atrevimiento del joven Mejía. Ah señores, es preciso una alma grande y emprendedora, un espíritu vasto y atrevido, para elevarse sobre sus compatriotas, para arruinar con una mano las preocupaciones y sustituir en su lugar los conocimientos útiles que hacen el apoyo y la esperanza de la sociedad. Esto es lo que acaba de verificar a nuestros ojos este joven digno de mejor fortuna y acreedor a un eterno reconocimiento. Ilustre juventud que actualmente os educáis bajo tan sabio preceptor, felicitaos, dad gracias a la Providencia por haber nacido en tiempos tan felices. Recoged y conservad con cuidado las semillas preciosas de la ciencia que acabáis de recibir de su mano. Tal vez ahora no conocéis toda la extensión del beneficio que se os acaba de hacer; día llegará en que asombrados con el tesoro de luces que poseéis, que apreciados por todas partes, establecidos en los mejores puestos del Estado, os acordéis que todos esos bienes han sido dimanados de la educación sabia que merecisteis en vuestros primeros años. No lo dudéis: Mejía acaba de echar los fundamentos de vuestra felicidad».

Caldas sirvió de intermediario para establecer un intercambio epistolar entre Mutis y Mejía. Según el mismo Caldas, desde que Mejía recibió consejos científicos de parte de Mutis, «no piensa, no habla, no respira sino botánica». Esta afición de Mejía a la botánica pudo desarrollarse bajo la dirección inmediata de don Anastasio Guzmán y Abreu, que murió en las cercanías de Baños, víctima de su curiosidad científica. Este botánico español dio un certificado a favor de Mejía, que revela la actividad de ambos en el campo de las ciencias. Dice así: «yo el infrascrito profesor Práctico de Farmacia, Galénica y Clínica, recibido y revalidado en Sevilla, Puerto de Santa María, Guayaquil y Quito, Catedrático, que fui de Botánica en la Real Sociedad Médica de Sevilla, etc., certifico en la forma que puedo, debo y ha lugar en Derecho, que habiendo venido a esta ciudad el año pasado de ochocientos uno para ejercitar en ella la Farmacia y Clínica y continuar mis descubrimientos en los tres ramos de Historial Natural, a, saber,   —285→   Mineralogía, Zoología y Botánica: arrebatado el doctor don José Mejía de su ardiente deseo de saber, solicitó mi amistad casi en el primer año de mi llegada, y desde aquel momento se sujetó enteramente a mi dirección y enseñanza en las facultades ya referidas, sin perder desde entonces hasta hoy la ocasión más mínima de aprovecharse de mi trato, operaciones y escritos, acompañándome a mis peregrinaciones y haciendo otras por sí, en las que ha descubierto y descrito varios géneros y especies nuevas de vegetales, cuidando siempre de inquirir sus virtudes y usos para el alivio de los enfermos y la ilustración de su patria, con cuyo fin se halla también trabajando los nuevos sistemas botánicos, que pueden contribuir a los progresos de la ciencia de la Flora, a que más se ha aplicado. Es cuanto puedo afirmar en obsequio de la verdad. Quito, trece de mayo de mil ochocientos y cuatro. Anastasio Guzmán y Abreu»107.

El 2 de mayo de 1807, la esposa de Mejía, doña Manuela de Santa Cruz y Espejo, presentó un escrito ante el Alcalde Ordinario de Quito, en que afirmaba que su esposo «cuidaba de la mantención y vestuario» de don Anastasio Guzmán, a quién «el doctor Mejía le acompañó en muchas expediciones botánicas a Otavalo, Cocaniguas, etc., trabajando juntamente con él en escribir y recoger plantas y demás producciones naturales; como también, cuando se hallaba aquí, en coordinarlas y denominarlas con igual esmero y trabajo»; y que Guzmán, «satisfecho de los conocimientos científicos de Mejía, y confiado en el amor que éste le profesaba, le donó y cedió sus papeles para que Mejía cuidara de coordinar la obra según los principios y fundamentos que le había comunicado, y le diese a la luz pública».

La inquietud por las ciencias naturales halló cabida en fray Vicente Solano, como un descanso a sus múltiples labores de apostolado sacerdotal y de la pluma. Había leído la Historia Natural   —286→   de la Escritura o exposición descriptiva de la geología, botánica y zoología de la Biblia, de Guillermo Carpenter y se compenetró de la utilidad que podría reportar, a un cura de montaña, el estudio de las ciencias naturales para hacer el bien a los feligreses. A tiempo leyó las obras de Caldas y de Humboldt y sobre las bases de estos científicos trató de investigar por su cuenta las ventajas prácticas, que podían deducirse de las propiedades de las plantas.

Cultivó estrecha amistad con el dominicano padre Buenaventura Figueroa. Desde el Perú le había enviado un catálogo de los libros que podían serle de provecho. El 29 de setiembre de 1849, le pidió que le consiguiera los Elementos de Anatomía, Fisiología, Zoología y Botánica, para instrucción de personas curiosas que no hayan frecuentado las aulas, por don Teodoro de Almeida. El 19 de marzo de 1850 volvió a escribirle solicitándole que, por medio de monsieur Pettit, hiciese venir de Francia la Genera et species Plantarum Equinoccialium, del Barón de Humboldt. El 1.º de diciembre de 1853 le avisaba que había recibido ya la obra pedida, cuyo costo había sido de treinta pesos. Escribió las reseñas biográficas de Humboldt y de Caldas. El primero le entusiasmaba como hombre y como sabio. Puede colegirse su impresión por el siguiente acápite: «Cada vez que encuentro una planta en algún lugar designado por él, me viene a la imaginación su presencia: ¡aquí estuvo Humboldt! digo para mí solo, cuando voy en compañía de otros. ¡Gracias a Humboldt sé la altura en que me hallo con respecto al nivel del mar! No puedo dejar de referir lo que en cierta ocasión me sucedió. Había leído, en la parte botánica, que entre Burgay y Deleg se halla una nueva especie de aralia, descrita por este sabio con el nombre de aralia avicermisefolia. Por cerciorarme fui a buscarla en el sitio donde crece; y en efecto, la encontré en el punto en que se comienza a descender al lugar llamado Verdeloma. Hay allí mucha abundancia de estas plantas, y ellas me excitaron estas reflexiones: «¡Aquí estuvieron Humboldt y Bonpland! ¿Cuál será la planta   —287→   que les sirvió de modelo para sus descripciones? O serán otras las que existen ahora? ¡Qué conversación tan amable no tendría yo con estos sabios en esta soledad sobre las plantas y sobre otras materias! Confuso con estas ideas, daban vueltas en aquel recinto de aralias, y me parecía que en toda aquella colina circulaban los manes de Bonpland y las sombras de Humboldt: esto me causó tal consternación, que me apresuré a salir de aquel lugar, corriendo a rienda suelta, hasta que pudo distraerme en bastante espacio el encuentro de un amigo».

Con esta sensibilidad de aficionado a las ciencias naturales hizo su primero y segundo viaje a Loja, con el intento de observar las especies de quina, los minerales y animales de la zona y las condiciones del aire y del agua. Numeró las plantas, con su nombre vulgar y técnico que podían servir para fines medicinales. Hizo observaciones sobre el clima de Cuenca, sobre los grados de calor que pueden soportar los animales, sobre las plantas andinas y las ermenagogas. Fue el primero que sometió a crítica científica las afirmaciones del padre Velasco sobre las plantas que describió en su Historia Natural.

 García Moreno y las primera Politécnica

En 1849 en que el padre Solano realizaba su Segundo viaje a Loja, García Moreno, presente en Riobamba de viaje para Europa, verificaba, con el ingeniero Wisse, una excursión al Sangay. En enero de 1850 partió para el viejo mundo y visitó algunas ciudades de Inglaterra, Alemania y Francia, en aire de observación de centros industriales y de comercio, no sin reparar la situación política de Europa, que estaba «ardiendo sordamente y preparándose a reventar».

En 1855 viajó por segunda vez a Europa y en enero del año siguiente se consagró en París a los estudios de las ciencias naturales. El 14 de enero de 1856 escribía a su cuñado don Roberto   —288→   Ascázubi: «Mucho le recuerdo en el curso de física que sigo porque le conozco aficionado a esta ciencia tan hermosa. […] En el de química ocupo uno de los asientos reservados, inmediato al profesor, gracias a la recomendación de monsieur Boussingault. A más de estos cursos, dictados por monsieur Despretz (Física) y monsieur Balard (Química), sigo el de Geología de míster Milne-Edwards, el de Análisis de Química Orgánica de M. monsieur Boussingault, el Álgebra Superior de monsieur Duhamel, el de Cálculo Infinitesimal de monsieur Lefeboure de Fourrey, y el de Mecánica Racional comenzado por monsieur Sturem y continuado, por su fallecimiento, por monsieur Puisieux. Todos estos son sabios de primer orden, conocidos por las obras que han publicado sobre las ramas que enseñan. Cada curso tiene lugar dos veces a la semana únicamente; y he arreglado de tal modo mi tiempo que trabajo en el laboratorio los lunes, miércoles y viernes. Cuando comiencen los cursos de Geología y Botánica, asistiré también a ellos. En Química he avanzado mucho; en el mes entrante acabaré las preparaciones de metales y entraré en las preparaciones de la Química Orgánica. Tengo muchas cosas hechas por mí: entre ellas un poco de fósforo extraído de los huesos. Me baila en la cabeza la idea de un pequeño aparato de mi invención para poder fabricar ácido sulfúrico sin el cual nada puede hacerse o muy poco. Cuando haya madurado bien mi proyecto, le consultaré a monsieur Boussingault; y si le parece bien, y no cuesta (como creo) sino unos quince o veinte pesos, le pondré en planta: de este modo podré fabricar yo mismo en Quito sin más costo que el azufre y el del salitre: avíseme lo que cuesta ordinariamente por arroba.

Esta consagración de García Moreno a las ciencias naturales, a la edad de treinta y cuatro años, debe considerarse como una escena simbólica. La idea de implantar en el país la enseñanza técnica surgió de este contacto con profesores especializados de París. Ya en la legislatura de 1857 presentó el proyecto del establecimiento de una Escuela Politécnica. Pero su sentido práctico le hizo proceder gradualmente. Durante su primer período presidencial   —289→   dedicó su afán a la instrucción primaria de la niñez de ambos sexos, creando escuelas en ciudades y cantones, a cargo de los hermanos de las Escuelas Cristianas y de las religiosas de los Sagrados Corazones, de la Caridad y de la Providencia. Al hacerse cargo de la segunda presidencia pidió a la Convención de 1869 expidiese un decreto para la creación de la Escuela Politécnica.

Un suceso histórico acaecido en Alemania resultó providencial para los fines que se proponía García Moreno. En virtud de las leyes del Kulturkanf, dictadas por Bismark para Alemania hubieron de salir expulsados los jesuitas. Aprovechó la ocasión el presidente del Ecuador, a cuyo nombre el Ministro de Instrucción Pública Francisco Javier León contrató con el padre Agustín Delgado, Visitador de la Compañía, la venida de aquellos jesuitas alemanes. El contrato estipulaba el sueldo anual de seiscientos pesos y los gastos para excursiones e instalación y conservación de Museos, de Gabinete de Física, Laboratorio de Química y construcción de un Observatorio Astronómico y Meteorológico.

El cuerpo de profesores se fue integrando a medida de la organización de los estudios. En 1870 vinieron para Física el padre Juan B. Menten, para Geología el padre Teodoro Wolf y para Botánica el padre Luis Sodiro. En 1871 se sumaron a los anteriores Luis Dressel, Luis Heiss, José Kolberg, José Eppin, Cristian Boetzkes, Emilio Mullendorf y Wenzel. En 1873 vinieron Eduardo Brugier y Alberto Klaessen, junto con un arquitecto, un ingeniero civil y un disecador, además Jacobo Elbert y Carlos Honshieter.

Los programas anuales de cada materia se publicaban, en forma de servir a cada alumno de memorial de la enseñanza recibida. Una simple enumeración de las materias dará la idea de la seriedad con que se organizaron los estudios en la primera Escuela Politécnica. Se enseñaban, escalonadamente, álgebra, geometría plana y del espacio, trigonometría plana y esférica, geometría descriptiva, geometría analítica, plana y del espacio, álgebra superior y análisis algebraico, cálculo diferencial e integral, geodesia inferior y superior, astronomía teórica y práctica, construcción   —290→   de caminos y ferrocarriles, maquinaria descriptiva y construcción de máquinas, arquitectura, hidrotecnia, física experimental, geología y geognosia, cristalografía, mineralogía, química inorgánica, orgánica, fisiología, analítica, agrícola, técnica, universal y teórica, preparación de las sustancias medicinales, técnica de la farmacia, análisis fisiológico, toxicología, zoología sistemática, historia vegetal, organografía, taxonomía, fotografía, botánica aplicada a la agricultura, dibujo natural, geométrico, arquitectónico y topográfico. Para facilitar el manejo de los textos de consulta se impuso el aprendizaje de los idiomas francés, inglés y alemán108.

Desde 1861 García Moreno abrigó el proyecto de construir un observatorio astronómico, de trascendencia evidente por hallarse Quito junto a la línea ecuatorial. Hizo gestiones para conseguir la ayuda del Gobierno francés, que no tuvieron efecto. Emprendió al fin la realización de la idea, encargando al padre Menten, astrónomo de la Politécnica, la elección del sitio, la forma de construcción y la compra de los aparatos necesarios. El edificio estaba al concluirse en 1875.

No contento, con la propulsión de estudios técnicos, se preocupó también por estimular la afición a las Bellas Artes. En 1870 fundó el conservatorio de música, a cuya cabeza como primer Director puso a don Antonio Neumane, que estuvo en el país desde 1854 y había compuesto la música del Himno Nacional. A su muerte, acaecida en 1871, ocupó la dirección el maestro Francisco Rossa, profesor del Conservatorio de Milán. Para maestros de flauta y trombón fueron comprometidos los señores Pedro Traversari y Antonio Casarotto. Más tarde se procuró también un maestro de canto con el profesor Vicente Antinori. Para integrar el cuerpo de profesores se procuró el aporte de algunos artistas   —291→   nacionales como Juan Agustín Guerrero, Manuel Balzar, Manuel Checa, Miguel Pérez, Manuel Jurado y Manuel Valdivieso.

También las Artes Plásticas merecieron el apoyo de García Moreno. En 1872 comprometió al pintor Luis Cadena para la dirección de la Escuela de Bellas Artes. Y con el fin de contar con maestros especializados envió becados a Italia a Juan Manosalvas y Rafael Salas. Para maestro de Escultura comprometió al señor José González y Jiménez, domiciliado en Roma.

La amplia visión del Presidente llegó también a la clase trabajadora. El 19 de marzo de 1872 inauguró el «Protectorado» o Escuela de Artes y Oficios. Para su dirección contrató en Norte América al hermano Conald de los Protectorados Católicos, quien trajo consigo a varios artesanos.

El número de alumnos del conservatorio llegó a setenta y tres. Más difícil fue hallar alumnos para los cursos de la Politécnica. Con el propósito de estimular al estudio de las ciencias, García Moreno creó numerosas becas de veinte pesos cada una, garantizando a los becarios el profesorado en los colegios con el sueldo de cincuenta pesos mensuales. De este modo la Politécnica contó, en el período de 1870 a 1875, con noventa y siete estudiantes.

Un testigo ocular e imparcial, el doctor Domec, quien vino comprometido para dirigir la Facultad de Medicina en Quito, se expresó así en la Universidad de Lille:

Costosos créditos se abrieron para comprar en Europa y llevar a Quito los aparatos e instrumentos necesarios para la enseñanza, como para un completo laboratorio de física, otro de química y un gabinete de colecciones de historia natural. Todo se realizó con prontitud y se formó en Quito, con el nombre de Escuela Politécnica, un centro de enseñanza que podía, no tememos decirlo, rivalizar con nuestras mejores facultades de ciencias. Muchas veces visitamos esa Escuela; examinamos minuciosamente sus diversos laboratorios; asistimos a las pruebas científicas de los alumnos, y cada vez salíamos admirando ese foco científico, el   —292→   primero tal vez de la América Meridional. […] García Moreno fundaba en la Escuela Politécnica las esperanzas de su Patria, y para convencernos bastaba ver el interés con que supervigilaba su marcha y progreso, la asiduidad con que asistía a los exámenes públicos que anualmente atraían la flor de la sociedad quiteña. Él mismo examinaba a los alumnos, principalmente en Química que había estudiado en París.

Con la muerte de García Moreno se desorganizó la Escuela Politécnica como institución. Sin embargo, el grupo de alumnos formado en las disciplinas científicas, aclimató en el ambiente la inquietud por el estudio de las ciencias exactas aplicadas al Ecuador. Además, algunos de los profesores continuaron en el país, practicando observaciones de su respectiva especialización. El más caracterizado de todos fue el doctor Teodoro Wolf. A partir de enero de 1876 hizo un viaje geognóstico por las provincias de Loja, Azuay y Esmeraldas, cuyas relaciones publicó en 1879, bajo el patrocinio del Gobierno del General Ignacio de Veintimilla. Nombrado Geólogo del Estado, su intento principal fue estudiar las minas y minerales de las provincias recorridas, para trazar el mapa geológico del país. Este trabajo exigió los estudios topográficos, como base de los geognósticos, que, a su vez dieron margen a algunas cartas geográficas. Los estudios del doctor Wolf culminaron en la Geografía y Geología del Ecuador, que se publicó en Leipzig en 1892. También apareció el mapa del Ecuador, editado en la misma ciudad de Leipzig.

Otro de los profesores de la Politécnica que continuó sus labores en el Ecuador fue el botánico padre Luis Sodiro. En 1883 publicó en Quito su Recensio Criptogarnarum Quitensium, en que dio a conocer algunas especies nuevas, que se añadían a las estudiadas por exploradores extranjeros. Diez años después, en 1893, publicó un volumen intitulado Crytogamac Vasculares Quitenses, que aportó ejemplares de especies descubiertas en viajes por las provincias del Ecuador. Con el objeto de despertar en los jóvenes la afición a conocer la flora de su propio país, presentó   —293→   las descripciones en castellano y a la vez en latín para los especialistas extranjeros. Observó que hasta entonces la flora ecuatoriana había sido estudiada únicamente por sabios europeos. La falta de estudiosos del país se debía a la ausencia de una flora local y a la escasez de las obras fitográficas. En 1903 publicó las Contribuciones al Conocimiento de la Flora Ecuatoriana, concretándose a los Antuarios.

En el volumen publicado en 1893, el padre Sodiro expresó su gratitud para los presidentes don Antonio Flores y don Luis Cordero, que habían favorecido la publicación. Además, el 27 de junio de 1883, le envió al doctor Cordero una lámina de Asplinium Corderoi, reseñada en la página 93 de la obra publicada ese año. El doctor Cordero había dedicado algunas horas de su múltiple actividad al estudio de la Botánica de la zona del Azuay. Con el propósito deliberado de inclinar el ánimo de sus compatriotas al cultivo de esta rama de la ciencia, procuró describir más de cien familias del reino vegetal, no sólo con la designación del nombre técnico, sino con el ordinario con que denomina la gente del pueblo, especialmente la clase indígena. Con el título de Estudios Botánicos publicó en 1911 el fruto de su trabajo.

Después de Luis Cordero ha sido Misael Acosta Solís, quien ha procurado interesar al pueblo ecuatoriano en el estudio y cultivo de la ciencia de Linneo, no sólo con sus escritos y enseñanza, sino con un jardín botánico organizado en el sitio preciso de la línea ecuatorial.

 El Ecuador visto por los extranjeros

La Biblioteca Ecuatoriana Mínima dedicó un volumen a El Ecuador visto por los Extranjeros. A través de las relaciones de los viajeros de los siglos XVIII y XIX, se llega a la conclusión que ha sido el campo propicio para estudios científicos de trascendencia universal. Aquí las entrañas del globo han experimentado   —294→   grandes tragedias, que han provocado el examen de la Vulcanología. Aquí la altura del suelo ha permitido el análisis de la geografía de las plantas y las variaciones del clima en relación con la vida humana. Aquí los volcanes cubiertos de nieve perpetua han puesto a prueba la resistencia de los más célebres andinistas.

Por los ásperos senderos del suelo ecuatoriano han pasado caravanas de hombres, que han aportado a las ciencias naturales datos precisos para el conocimiento del planeta. Fuera de las misiones de que hemos hecho recuerdo, conviene mencionar siquiera la labor de algunos exploradores, que han añadido una experiencia más al mundo del saber científico.

Juan Bautista Boussignault llegó al Ecuador en 1831 y ascendió al Cotopaxi, al Antisana, al Tungurahua y al Chimborazo, en compañía del coronel Hall. Al primero le interesaba conocer, por nivelaciones, la forma de las cordilleras y hacer observaciones sobre la disminución del calor de los Andes intertropicales. El coronel Hall quería recoger más datos sobre la topografía del suelo ecuatoriano e investigar acerca de la geografía de las plantas109.

En setiembre de 1835, Carlos Darwin, en su Viaje alrededor del mundo, llegó a las islas de los Galápagos y las recorrió, examinando su estructura geológica, su fauna y su flora. Aquí concibió sus audaces hipótesis sobre la evolución de las especies, con que intentó revolucionar la antropología110.

En abril de 1847 recorrió parte del Ecuador el naturalista italiano Cayetano Osculati, quien escribió acerca de las costumbres sociales de Guayaquil y Quito, en su Explorazione della Regioni Equatoriali lungo il Napo ed il fiume delle Amazzoni, publicado en Milán en 1850.  —295→   

En 1866 se publicó en Madrid la Breve descripción de los viajes hechos en América por la Comisión científica enviada por el Gobierno de Su Majestad Católica durante los años de 1862 a 1866 por don Manuel de Almagro. La Comisión estuvo organizada por don Patricio María Paz y Menbiela, presidente; don Fernando Amor, encargado de la parte de Geología y Entomología; don Francisco Martínez y Saez, de peces, moluscos y zoófitos; don Marcos Jiménez de la Espada, de mamíferos, aves y reptiles; don Juan Iserm, de botánica y don Manuel Almagro, de antropología y etnografía. Completaban la Comisión un ayudante disecador de apellido Puig y un fotógrafo llamado Castro y Ordóñez.

En octubre de 1864 se reunieron en Guayaquil y se dispersaron por la zona del Guayas, cada cual con el interés de su especialización. En diciembre se juntaron nuevamente en Quito y en febrero de 1865 se dirigieron al Oriente para seguir, por el curso del Napo al Amazonas.

De las rocas reunieron 178 especies, las más de nuestros montes ecuatorianos; de Alangasí consiguieron fragmentos de fósiles; del herbario que constaba de 8176 ejemplares, 2290 procedían del Ecuador; de las 54 especies de zoófitos, tres eran ecuatorianos; de la colección de moluscos, compuesta de 816 especies, 14 pertenecían al Ecuador; de los bivalvas fluviátiles, que constaban de 44 especies, tres eran de Daule y uno de Otavalo; de los univalvas terrestres, que alcanzaban a 215 especies, 68 eran de las diversas zonas del Ecuador; de los crustáceos, que contenían 179 especies, seis provenían de Guayaquil; de la colección de peces, que ascendía a 677 especies, 24 procedían de Guayaquil y 95 de los diferentes ríos del Ecuador y Perú.

Del personal de esta Comisión el más destacado para el Ecuador resultó Marcos Jiménez de la Espada. Conoció de vista todos nuestros pueblos, como los restantes de la América. De este viaje aprovechó para publicar más tarde las Relaciones Geográficas de Indias, cuyo tercer volumen estuvo consagrado a la Audiencia de Quito.  —296→   

Entre 1871-1873 los doctores Alfonso Stübel y W. Reiss estuvieron en el Ecuador y ascendieron las montañas, midiendo las alturas de nada uno de ellos. Con el propósito de publicar un estudio con ilustraciones panorámicas, comprometieron al pintor Rafael Troya para que colaborara con los dibujantes traídos por ellos. Efectivamente en 1892 apareció impreso en Berlín un volumen intitulado Reiss en in Südamerika.

Con ayuda de los datos proporcionados por Stübel y Reiss emprendió también un viaje de exploraciones Edward Whymper, quien llegó a Guayaquil en diciembre de 1879. Ascendió al Chimborazo, al Cotopaxi, al Ilinisa, al Corazón, al Sincholagua, al Antisana, al Imbabura, al Pichincha, al Cayambe y Saraurco. Su móvil principal fue comprobar las posibilidades de vida humana a grandes alturas sobre el nivel del mar. Con el título de: Edward Whymper: Entre los Andes del Ecuador. Relaciones de viaje, se publicó en Quito en 1921, la versión española de C. O. Bahamonde.

En 1906 estuvo presente en el Ecuador la segunda Misión Francesa, de que formaron parte el general Perrier y el doctor Paul Rivet, etnólogo, arqueólogo y americanista decidido. Rivet incorporó a las ciencias etnológicas muchos estudios suyos sobre el Ecuador.

Gracias a la iniciativa del doctor Remigio Crespo Toral se creó, anexa a la Universidad de Cuenca, la Escuela Superior de Minas, que funcionó en los años de 1934-1935. Mediante decreto de 17 de febrero de 1936, el Jefe Supremo Ingeniero señor Federico Páez, declaró autónoma la Escuela de Minas, que se organizó bajo la dirección del padre Alberto Semanate, especializado en Suiza y París en ciencias matemáticas. Por gestiones del doctor Paul Rivet fueron contratados para primeros profesores los doctores Nicolás Reformatsky, de las Universidades de París y Estrasburgo y Alejandro Onitchenko, de la Universidad de Bezanzon, a los que se sumó el doctor Alexis Lochkareff, graduado en la Escuela Superior de Petróleo de Estrasburgo.

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